martes, 29 de junio de 2010

El mokotâgan, la herramienta que cambió Norteamérica























































































































Uno de los grandes hitos tecnológicos de la era preindustrial es, indiscutiblemente, la canoa de corteza de abedul, natowe tcîmân en la lengua de los Abenaki y wâbanäki tcîmân en algonquian. Este magnífico 'Ferrari' de los ríos norteamericanos no sólo exhibe un diseño impecable en cuanto a su eficacia hidrodinámica sino que disfruta de unas cualidades inimitables gracias al materil en el que está construido, y que sólo han podido ser igualadas por las modernas aleaciones, fibras de vidrio, resinas o materiales compuestos... Hasta entonces, por mucho que se copiara el diseño básico, sin la vital corteza de abedul, cuya posesión cosntituía una ventaja estratégica, económica y militar de incalculable valor, era imposible fabricar embarcaciones que aunaran de una manera tan soberbia, capacidad de carga, ligereza y resistencia.

La canoas no sólo se elaboraban con la corteza, sino que requerían de un armazón a base de listones, generalmente de cedro, mientras que como elemento de encordadura empleaba la flexible y resistente raíz de picea o watap (nada que ver con la regaliz, como apuntaban por aquí las malas lenguas, jajaja), así como la resina de la misma picea (una conífera tan aprovechable que del cocimiento de sus ramas y un poco de melaza se obtiene una excelente cerveza dulzona que es un estupendo remedio contra el escorbuto) que hace las veces de adhesivo y como elemento esencial en el calafateado de las canoas. Para transformar la raíz en algo parecido a una cuerda, primero se quemaba ligeramente, y una vez bien rostizada, se pelaba empelando una simple pieza de madera con una hendidura, como la de la foto 7. Esos eran los elementos de la última Parte por el Todo que tantos quebraderos de cabeza parecen haber causado al personal.

La construcción de estas impresionantes joyas acuáticas, cuya posesión o pérdida podía enriquecer o arruinar como ningún otro elemento en la Costa Este y los bosques septentrionales de Norteamérica hasta la llegada de los europeos, e incluso hasta bien entrado el siglo XVIII, no resultaba nada fácil partiendo del instrumental de los nativos, basado en hojas y lascas de sílex, obsidiana, cuarzo o alguna otra piedra cortante, y útiles muy rudimentarios elaborados en hueso, como las costillas de bisonte o los afilados dientes de castor, o con el abundante cobre de la zona de los Grandes Lagos.

Sin embargo, la llegada de los europeos provocó un interesante mestizaje tecnológico del que habrían de beneficiarse los nativos gracias a la aparición de una herramienta que facilitó enormemente la fabricación de objetos en madera, entre las que no podían faltar las cotizadas canoas. Conocidos ya desde mediados del siglo XVII por los franceses como couteaux croches (cuchillos torcidos o recurvados) y por los británicos como Crooked Knifes, el mokotâgan de los Abenaki del Canadá o bikahtagenigan de las tribus costeras y mocotaugan, mokogÁn, mokodjigan o mookojigan de otras naciones indias del interior, era fruto del ingenio de los indígenas, que diseñaron el útil perfecto que le iba a facilitar enormemente la fabricación de canoas. El mokotâgan consistía en un mago de madera en el que se insertaba un grueso filo de lima o de sierra (eran lo suficientemente robustos frente a otras herramientas europeas de la época más cortantes pero frágiles) que luego se afilaba (sólo un lado, según fuera el usuario zurdo o diestro) y se ataba con fuertes ligaduras. Tal fue el éxito del nuevo artilugio, que, inmediatamente, los herreros francocanadienses comenzaron a fabricar su propia versión, un poco más sofisticada y de apariencia menos basta, foto 6.

Pronto, no había adulto en toda la fachada oriental de Norteamérica que no conociera las innegables virtudes de esta especie de gubia asilvestrada, fundamental para poder sobrevivir en el inhóspito entorno del os grandes bosques del Noreste. A pesar de su sencillez, o precisamente por eso, el mokotâgan no era nada fácil de usar, exigiendo mucha habilidad con la muñeca y no poca fuerza física. Tanto esfuerzo en el uso de una herramienta ciertamente tosca pasaba factura en forma de llagas y ampollas en las manos, que los nativos aprendieron a evitar empleándolo siempre con el mango envuelto en un trapo de tela, el apikotazowin.

El mokotâgan, como útil esencial en la fabricación de canoas de abedul, raquetas de nieve y toboganes (los trineos de los indios canadienses) desempeñó un papel elemental en el devenir histórico del contiente americano: facilitó y acrecentó los intercambios comerciales, permitió una mejor exploración del interior del continente y su conocimento por los exploradores al servicio de las potencias coloniales, modificó decisivamente la concepción de la guerra y ayudó a integrar a los nativos en la economía de sus nuevos dominadores, convertidos ahora en humildes artesanos de la madera.

Aunque las mujeres nativas podían ayudar a sus maridos en la construcción de útiles de madera con el mokotâgan en casos de necesidad, éste era considerado por los indígenas un chuchillo de uso exclusivo por hombres, mientras que las féminas solían emplear el madaigan, un cuchillo de oja ancha que tambíén hacía las veces de raspador de pieles y de lo más práctico en el despiece y preparación de alimentos.

Si bien los británicos utilizaban las canoas de corteza de sus aliados Iroqueses y Mahican, estas embarcaciones eran claramente inferiores en prestaciones a las empleadas por los francoindios por las características de su materia prima, la corteza de álamo, mucho más pesada y menos dúctil para la elaboración de canoas. Los tramperos y comerciantes angloamericanos, tan sesudos e intelectuales ellos, se referían coloquialmente a las canoas indias de corteza de abedul o álamo simplemente como bark (literalmente, ‘corteza’).

La clave de esta superioridad residía en la corteza de abedul (wickwas), en concreto, la del abedul de las canoas o papirífero (Betula papyrifera), un material estratégico cuya posesión marcaba la diferencia en la guerra y en el comercio. Las tribus que tenían acceso a esta variedad del abedul eran los Algonquinos, Chippewa, Abenaki, Cree, Slave, Dogrib, Chipewyan, Beothuck, Micmac, Malecite, Passamaquoddy, Penobscot y Tètes de Boule. El resto no tenían más remedio que adquirirla a través de las rutas comerciales del Noreste a un gran precio. Recipientes de todo tipo, aljabas, abanicos, antorchas, protecciones de arquero, reclamos para alces…conformaban una amplia gama de objetos necesarios que sólo podían elaborarse con la valiosa wickwas.

Para obtenerla era necesario dar con un árbol cuya corteza no presentase irregularidades o defectos. Se necesitaba un grosor mínimo de 1/8 de pulgada (3.1 mm). Se extraía sólo la capa exterior, la blanca, con una incisión poco profunda y se sometía a una prueba de maleabilidad doblándola hacia dentro y hacia fuera. Si la superaba sin fracturas o grietas, esa corteza era válida para construir canoas y se depositaba en el suelo con la cara interna hacia arriba para que se secara un rato, con algunos troncos encima para aplanarla. Se transportaba enrollada con la cara interior hacia fuera, atada con una cinta de carga. Con el mismo proceso se obtenía la corteza para los wigwams, pero que era más gruesa y menos ligera que la empleada en la fabricación de canoas

La mejor época para cortar la corteza era la primavera, cuando la cara interna tiene un color oscuro originado por el flujo de la savia durante el invierno. La corteza se extrae con gran facilidad y se corta a lo largo del tronco en vertical. Kapackweia se denominaba, en voz algonquian, a la corteza de abedul inadecuada para la construcción de canoas por estar muy reseca o crujiente, falta de elasticidad.

Los franceses comprendieron las ventajas de todo tipo que la canoa de corteza de abedul les ofrecía frente a los angloamericanos. Su ligereza permitía acarrearla con cierta comodidad a lo largo de los portages, que los ingleses llamaban carrying places, franjas de tierra firme que unen dos cursos de agua, en donde se transbordaban las embarcaciones y toda su carga para superar obstáculos como rápidos y cataratas. La posé o 'sentada' era cada una de las paradas, generalmente al cubrir una milla, efectuadas para descansar a lo largo del sendero de un portage, cuya longitud se medía según el número de posés necesarias para recorrerlo a pie.
La gran capacidad de carga de estas canoas a pesar de su gran ligereza, frente a las empleadas por el enemigo, permitía enviar un mayor número de tropas y pertrechos con menos embarcaciones, y, en el comercio, ayudaba a rentabilizar notablemente las expediciones comerciales hacia el Oeste.

En la pequeña pero estratégica localidad de Trois-Rivières, a la orilla del río San Lorenzo o Kaniatarowanenneh (en mohawk, “la gran vía acuática”) para los Iroqueses, se estableció un floreciente centro de producción de canoas de corteza de abedul, cuyos artesanos empleaban las mismas técnicas que los indios.

Los militares y voyageurs (comerciantes en territorio indio) francocanadienses empleaba tres tipos de canoa de corteza de abedul:
-Canot du Maître/canot de Montreal, en francés, “canoa del amo”. El modelo más grande, capaz de transportar una carga de hasta 6.000 libras. El tamaño medio era de unos 36 pies de largo y más de 6 de ancho. Se empleaban en la ruta que partía de Montreal hasta Georgian Bay en el lago Hurón, y su gran tamaño posibilitaba la navegación en los Grandes Lagos incluso con fuerte oleaje o en medio de una inesperada tormenta de verano. Con una tripulación de 6 a 12 hombres, su peso de casi 800 libras la hacía poco apropiada para las rutas con muchos portages. Su precio rondaba un año y medio de sueldo anual de un artesano.
-Canot du Nord, en francés, “canoa del Norte”. Con unos 26 pies de largo por 3 de largo, admitía más de 3.000 libras de carga. Su tripulación oscilaba entre 4 y 8 personas, y era una embarcación más idónea para los ríos del Noroeste de Nueva Francia, más rápidos y temperamentales. Su precio equivalía a tres meses del salario de un artesano.
-Canot batard, o ‘canoa bastarda’, que era un híbrido entre las anteriores, con unos 8 tripulantes. Debe su irónico nombre a que es una canoa que combina unas características y dimensiones inferiores a las de la canot du Maître y superiores a las de la canot du Nord. Su precio rondaba la mitad del sueldo anual de un artesano.

Como se aprecia, las canoas de corteza de abedul eran un producto caro y de lujo, no por el tiempo empleado en su construcción, que no resultaba excesivo, sino por lo excelente y oneroso de sus materiales.

Las canoas se propulsaban a remos tallados con el mokotâgan en madera de arce o de abedul, así como por pequeñas velas de tela en ligeros mástiles improvisados, también adoptadas posteriormente por los indios.

Los voyageurs se dirigían con sus mercancías al Oeste en brigades, flotillas de tres a seis canoas, que, en ocasiones, como las expediciones militares, podía reunir hasta treinta o más embarcaciones, superando los portages a base de décharges (descargas, cada una de las paradas necesarias para sortear los diferentes portages de una cuenca fluvial, que suponían la descarga total y posterior transbordo por tierra de las repletas canoas; los voyageurs conocían el número y situación de las décharges de cada río en su camino hacia el Oeste) o demi-décharges (semidescargas o medias descargas en francés, lugares en los que bastaba con descargar sólo la mitad de la carga de las canoas para poder superar los obstáculos de la ruta, y que eran habituales en cursos fluviales con escaso cauce) según el caudal del curso fluvial por el que navegaban..

De los indios se había copiado la disposición de la tripulación en las canoas: arrodillados sobre una pieza de apickamon, término algonquian que designa al trozo de corteza situado bajo las rodillas del remero de una canoa a modo de cojín, y con la cara cubierta de namakwan, una untuosa y maloliente pomada -la mejor se elaboraba a base de grasa de tortuga-, para protegerse de las insportables picaduras de millares de mosquitos y de las maringouins, nombre nativo con el que los francocanadienses identificaban a las moscardas negras naturales del Canadá, de dolorosa picadura, cuyos enjambres constituían una insoportable plaga para indios y habitants, el gouvernail (“gobernalle” en francés; el miembro más importante de la tripulación, situado en la popa como remero timonel de la embarcación), dirigía la canoa mientras los remeros del centro, o milieux, y el de la proa, o avant, entonaban una repetitiva canción con la que mantener el ritmo de paladas.

Ese era el mismo sistema que se utilizaba entonces para la propulsión a remo en las galeras de ‘la Royale’ (la marina real de la época, y cariñoso apelativo cargado de historia que aún conserva hoy con orgullo la muy republicana armada francesa) y que también se emplea en la actualidad durante la instrucción militar, a base de rítmicos cantos adaptados al ejercicio físico. En algonquian, remar y cantar sin ritmo se expresan con el mismo verbo, manataam, en algonquian, “cantar mal” y “remar mal”. El doble significado se explica porque en las canoas siempre se remaba cantando, para mantener un ritmo constante de paladas acompasado con el cántico, de ahí que el cantante que solía perder el compás se identificara también con el mal remero.

Las distancias se medían en pipes (en francés, “pipa’), que era la postura o posición que permitía a los voyageurs encender una pipa en una canoa, y cuyo otro significado estaba relacionado con las distancias entre los puestos o los diferentes cursos de agua, que se contabilizaban por el número de pipas que se podían fumar entre el punto de partida y el de destino.

Los engagés (en francés, “contratados, asalariados”) eran los voyageurs contratados como integrante de una expedición comercial en la que desempeñaba los trabajos más duros, como el manejo de las canoas y el transporte de los fardos de mercancías o pieles. Hacían honor a su engagement, (en francés, “contrato”), el compromiso laboral firmado por un voyageur ante notario (en Nueva francia no existían abogados, porque se consideraban una figura jurídica nefasta y propensa a los líos y agenerar conflictos entre las partres para sacar provecho, circunstancia en la que sus vecinos de las colonias británicas parecen darles la razón tres siglos después).

Las mercancías de las canoas solían calcularse por pièces, fardos de unas 90 libras (40 kg) de peso fijo en los que se transportaban las mercancías y las pieles. Los líquidos y los alimentos salados se transportaban en barriletes, y la harina y los guisantes, en sacos. Las pièces solían estar envueltas en tillot, un paño muy basto que recubría las mercancías en la Norteamerica del siglo XVIII, y que luego se reutlizaba de mil maneras.

El sistema de las pièces era muy útil cuando había que hacer transbordos en los portages controlados por indios, como el de Fort Niagara, del que vivían muchos Iroqueses dedicados a esta labor de acarrear mercancías entre un curso fluvial y otro, y que cobraban según el número de pièces trasladado. Servicios que muchas veces se ejercía de manera abusiva y chantajista, sin que fuera realmente necesario recurrir en todas las ocasiones a este nada barato ‘transporte’ de fardos en los que se habían especializado a vivir tribus enteras de indios (de manera acomodada y menos esforzada que aquellos que vivían de la agricultura o la caza), sabedores de que los franceses estaban obligados a tragar con sus condicones, como verdaderos dominadores de los portages que comunicaban los distintos ríos.

Los diques de los castores causaban multitud de problemas a los indios y voyageurs, al restar caudal a los ríos en verano y obligar a los embarcados a patearse los portages; en invierno, los diques remansaban las aguas. En ocasiones se rompían intencionadamente estas presas para aprovechar el impulso del agua y pasar más fácilmente canoas pesadamente cargadas.

James Smith, un joven obrero que fue capturado en 1755 mientras se trazaba la carretera de Braddock y vivió durante cuatro años como cautivo de los Kahnawake (tribu iroquesa aliada de los franceses e instalada en el poblado del mismo nombre junto a Quebec), se asombraba de la gran capacidad de estas canoas, que permitían emplearlas como un wigwam (casa india de corteza, foto 8) portátil:

“Había ocho hombres y trece squaws, muchachos y niños en nuestra compañía, y todos embarcaron en una gran canoa de corteza de abedul. Esta embarcación medía unos cuatro pies de ancho, tres pies de altura y treinta y cinco pies de largo. A pesar de su tamaño, cuatro hombres podían transportarla varias millas de un punto de desembarco a otro, o tierra a través desde el lago Erie al Ohio.

(…) Para mi gran sorpresa, los indios llevaron la embarcación a la orilla, la volcaron y la convirtieron en una casa. (…) Con nuestros bagajes y nosotros mismos dentro de esta casa, estábamos muy hacinados, aunque nuestra casita repelió la lluvia muy bien”.

La canoas se solían enterrar para conservarlas durante el invierno. De la importancia que los franceses otorgaban a estas canoas da fe la cantidad de rollos de corteza y de raíz de picea, watap, que acarreaban los francoindios para reparaciones en sus expediciones fluviales. La fragilidad de la corteza propiciaba que un mal paso pudiera agujerear el fondo de la canoa.

Allí donde no era posible encontrar corteza de abedul o álamo, se empleaban las piraguas, embarcaciones construidas tras ahuecar los troncos de grandes árboles (por lo que, a diferencia de lo que mucha gente cree, no son lo mismo que las canoas), a los que se les quitaba la corteza y se les ahuecaba como una artesa, cortados de forma cuadrada en la popa y con punta afilada en la proa. Un poco planas en el fondo y debajo, eran muy poco apreciadas en relación a las canoas, por ser muy propensas a volcar en cuanto se les ponía el pie encima.


A modo de ejemplo, y como postre, os pongo, además de sendas fotos de la moderna reconstrucción de una canoa Abenaki (fotos 9 y 10), y de otra Ottawa (foto 11) ¡¡¡PRECIOSAS!!!, varios perfiles de los principales modelos de canoas de corteza de abedul utilizadas por diferentes tribus del Noreste. De arriba a abajo: Abenaki, Chippewa-Ojibwa de morro largo, Chippewa-Ojibwa Orientales, Malecite, Naskapi, Micmac, Algonquian, Cree Orientales y Cree de la bahía de Hudson.

Este post está dedicado a dos seguidoras tan fieles como especiales, Wünderkamer y Athena, por la ilusión y constancia demostrada en la resolución de este divertido e instructivo reto cultural que ellas crearon y con el que tan bien lo pasamos. ¡Turno para la siguiente!

viernes, 25 de junio de 2010

Justin Currie o el Milagro de Santo Domingo de la Calzada




Parecía que ya el óbito era algo inevitable. Cantado estaba el lento declinar de quien fuera considerado el gran artífice de aquel maravilloso fenómeno que la crítica especializada internacional definió como "el mejor grupo menos conocido del mundo", los escoceses Del Amitri. El gran Justin Currie, bajista sublime, pianista solvente, insuperable escritor de baladas, perfecta voz para un antro intimista donde sorbes la copa oteando resignado escotes caídos sin albergar la menor esperanza de romper la mala racha de siglos y dormir esa noche envuelto en brazos ajenos... Atrás parecía quedar esa gloriosa etapa en que la música de los ochenta y noventa tenía entre sus grandes estrellas a este genio fantástico, secundando por un memorable plantel de músicos con los que sembraba de temazos los escenarios de media Europa, para máximo disfrute de quienes, como ya conté aquí, tuvimos el privilegio de verle actuar en directo.... http://horapensar.blogspot.com/2008/04/adis-al-hammersmith-palais.html
Llegó la disolución, el triste peregrinar hacia un ostracismo autoimpuesto, el suicidio voluntario de quien arrastraba lo mejor de sus antiguo repertorio y un puñado de insulsos nuevos temas por los bares y tugurios de medio pelo de unas islas para quien ya no era nadie, ni siquiera el príncipe destronado de antaño, con marcas en la frente de haber ceñido, no hace tanto, la corona....
Y, sin embargo, el deshauciado se resisitía a tirar la cuchara, a exhalar la última letanía que habría de poner punto y final a tanta gloria bendita en forma de canciones. Mostró signos de recuperación en su último disco, ese que compré este verano en Glasgow -en Edimburgo fue misión imposible, y mira que busqué y rebusqué- para mi hermano. Era díficil de encontrar, como un secreto arcano digno de arqueólogos de leyenda... costó un huevo, pero el precio de sus CDs me lo decía todo. Seguía conservando parte de su tirón. De ídolo de masas había pasado a ser gurú de unos coleccionistas que, como yo, esperaban ansiosos la segunda venida de este sonoro mesías empeñado en trocar su físico de guaperas por un permanente homenaje al castizo mono que figura en las botellas de anís.
Tras tanta caca sonora excretada a lo largo de su particular travesía de desierto, una canción nos había devuelto la esperanza apenas hace un par de años. Apabullante, demoledora, cauterizante como el tajo del sable láser de un caballero jedi... Así es 'If I Ever Loved You'... http://www.youtube.com/watch?v=eao1teovgLo&feature=related
Pero hace apenas un mes, llegó la confirmación... regresa imperial, haciendo honor a ese tocayo suyo que un día fue soberano y padre de soberanos en Bizancio. 'The Great War' es como la resurrección de Lázaro, como ese milagro de Santo Domingo de la Calzada en el que cantó la gallina una vez asada.... Justin vuelve con lo mejor de los Del Amitri, con la esencia de esa música irrepetible que hizo bailar a medio continente hace 15 años... con temazos como 'A Man With Nothing To Do' http://www.youtube.com/watch?v=r_NBeuVC8xU&feature=related , 'You'll Always Walk Alone' http://www.youtube.com/watch?v=kk-kgzYmHYw&feature=related, o como 'Can't Let Go of Her Now' y 'As Long As You Don't Come Back' que aparecen en este singular vídeo http://www.youtube.com/watch?v=1VrWQglLFt8&feature=related (a partir del minuto 3:33).
Bienvenido de vuelta al mundo de los vivos y gracias, MR CURRIE, por demostrarnos a los hombres de poca fe que los milagros existen... ¡¡¡Larga y fructífera vida, amigo!!!

jueves, 24 de junio de 2010

La Parte por el Todo VI
















Una chupadica, chupadica y muy muy de la época... ¿Qué todo hacemos con estas partes?


Como veo que la cosa se encalla, ahí va otra pista en forma de foto...requetedefinitiva!!!!