miércoles, 24 de junio de 2009

Hoy es 25 de junio...



















































































































































































































































































































































































Tenía ya una herida en el antebrazo derecho y un balazo en el costado izquierdo cerca del corazón, pero fue el tiro que recibió en esa parte de la cabeza el que terminó con él y descarta la muy extendida tesis de un probable suicidio. Frente a lo épicamente inmortalizado en la leyenda, no fue uno de los últimos en morir. Tampoco de los primeros. Antes de perecer, aún quedaban en pie unos 40 hombres y él había disparado al menos 17 cartuchos con su carabina Remington y algunos tiros de pistola, todo en vano. Bastantes más de los que pudieron efectuar muchos de sus hombres. Con él moría una de las grandes esperanzas del Partido Demócrata por hacerse con la Presidencia del país. En el Little Big Horn no sólo cayeron un buen puñado de militares estadounidenses, sino que también, como sucedió con otros hipotéticos candidatos a hacer historia en la Casa Blanca, como Joe Kennedy durante la Segunda Guerra Mundial, desaparecía uno de esos personajes llamados a provocar revolucionarios cambios que, finalmente, languidecerían olvidados en el repleto cajón de las utopías.

Al teniente coronel George Armstrong Custer, paradójicamente un defensor de los indios en muchos aspectos y contrario a las prácticas abusivas contra ellos, que popularmente le conocían como 'Cabellera Rubia' (Tsêhe'êsta'éhe, 'cabellos largos' para los cheyenne), seguramente le mató su ambición política, su tradicionalmente desmedida autoconfianza en sus posibilidades, el subestimar al enemigo, probablemente por unos malos informes previos de inteligencia, y, cómo no... ese factor a veces tan nimio, otras tan decisivo, como es en la guerra el 'error de cálculo'... el siempre presente maldito 'error de cálculo' y sus catastróficas consecuencias.... Su formación política iba a escoger a sus candidatos a la Presidencia del país durante la celebración misma del primer centenario de la nación, el 4 de julio de 1776... así que apenas contaba con 10 días para obtener y rentabilizar un triunfo, a buen seguro decisivo, y hacerse con la nominación entre las aclamaciones de sus partidarios....

¡Ah, las prisas!... Esas mismas que le llevaron a dividir contra toda lógica las fuerzas de su regimiento, el legendario Séptimo de Caballería, en tres columnas... las prisas que le hicieron renunciar a llevar consigo unas ametralladoras Gatling que, bien es cierto, le retrasarían, pero que le habrían salvado la vida a él y a los hombres a su cargo, segando, en cambio, como guadañas la de sus emplumados enemigos. Había que acabar con esa peligrosa reunión de indios hostiles a las orillas de dos pequeños ríos de Montana... seguramente el mayor campamento nativo jamás reunido, con cerca de 1.000 tiendas que acogían a entre 6.000 y 9.000 indios de todas las edades, y de las naciones lakota (sioux) en sus tribus hunkpapa, minneconjou, sans arc, oglala y brulé; sihasapa (pies negros) y cheyenne, unos 1.800 de ellos guerreros, con tan solo 5 arapaho, liderados éstos por el belicoso Waterman, y que contaban en sus filas con bravos y jefes tan legendarios como los lakota Crazy Horse, Gall, Red Horse, Standing Bear, Amos Bad Heart Bull, Fool Bull, Rain in the Face, Short Bull, He Dog, One Bull (sobrino e hijo adoptivo del más grande y sabio de todos, Sitting Bull), No Two Horns, Black Elk, Crow King, el medio arikara-medio cheyenne White Elk, los cheyenne Wooden Leg, Two Moon, Scabby, Little Bird, Crazy Head, Lame White Man, Sun Bear, Young Little Wolf, Noisy Walking, el mitad pie negro-mitad cheyenne Left Hand, e incluso aguerridas indias como la lakota Moving Robe Woman o la cheyenne Yellow Nose, que tomaron parte en los ataques a los 'cuchillos largos' (paradójicamente, Custer había ordenado a sus tropas dejar en sus barracones los sables, por considerarla un arma poco práctica y ruidosa para esta campaña contra los salvajes de las Grandes Praderas).


Casi cuatro mil soldados organizados en tres columnas al mando de Crook, Gibbon y Terry, armados hasta los dientes y bien dotados de artillería y ametralladoras, se dirigían a la caza de un enemigo al que duplicaban en número pero multiplicaban por veinte en potencia de fuego. El ansioso Custer estuvo a punto estuvo de perderse esta última gran campaña de las guerras indias. Había tenido el coraje de denunciar el maltrato que recibían los nativos americanos en sus reservas (el causante de esta última sublevación) por parte, entre otros prebostes de Washington, y del mismísimo Orville Grant, hermano del presidente de Estados Unidos. Sólo la intervención en su favor de generales tan prestigiosos como Sheridan o Sherman logró el milagro de poner de nuevo a Custer al frente de su regimiento, a pesar de las críticas con las que le mortificaba la prensa partidaria del Partido Republicano.

Los indios andaban levantiscos porque se habían incumplido todos los tratados que delimitaban su territorio, siendo imparable la marea de colonos, buscavidas, comerciantes y mineros que vulneraban sus tierras. Como gran objetivo, la posesión de las Colinas Negras (entre Dakota del Sur y Wyoming), sagrado santuario para la poderosa nación lakota, donde el descubrimiento de yacimientos de oro en 1874 había estimulado la codicia de los blancos, deseosos de hacerse con la posesión definitiva de tan emblemático lugar. Acorde con esos canallescos deseos expropiatorios, el presidente Grant dio un ultimatum a las naciones indias para que se recluyeran en las reservas que les habían sido asignadas antes del 31 de enero de ese mismo 1876, si no querían ser considerados 'hostiles' por el ejército.

Custer, curtido en combatir a los 'salvajes', como había demostrado en batallas como la masacre del Río Washita http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_of_Washita_River, respetaba mucho a los indios (salvo en aspectos de su cultura como las torturas y las mutilaciones) y contaba con un nutrido grupo de exploradores indios a sus órdenes (cerca de 40), pertenecientes a naciones como los cree, arikara o crow, enemigas de aquellas a las que se quería domeñar. Entre aquellos en los que más confiaba estaban el arikara Bloody Knife (señalando con el dedo en la foto 5), fallecido en el grupo liderado por el mayor Marcus Reno, o un grupo de crow entre los que estaban el mestizo Mitch Boyer (que murió junto a Custer tras advertirle en vano de que había demasiados enemigos para salir victorioso) Hairy Moccasin, White Swan, White Man Runs Him, Half Yellow Face, Goes Ahead y un jovencísimo Curley, de apenas 20 años, el único de los hombres que acompañaba al teniente coronel que se libró de perecer en la batalla (foto 15). Todos avisaron a Custer de que en el campamento a orillas del Little Big Horn había más indios de los que podría vencer, pero no les hizo el menor caso, convencido de una fácil victoria amparándose en el factor sorpresa.

A pesar de estar felizmente casado con Libbie Custer (de soltera, Elizabeth Bacon...curioso nombre de claras reminiscencias políticas en nuestro país), con la que no tuvo descendencia y que tanto defendió su memoria tras su muerte a manos de los indios, al impetuoso militar hay quien le atribuye una relación con la cheyenne Monahseetah http://en.wikipedia.org/wiki/Monaseetah, una de las mujeres capturadas en el Washita, con quien presuntamente habría tenido un hijo, y prueba evidente de sus estrechos lazos con los nativos. A Custer también se le atribuye el pensamiento de que "si fuera un indio, preferiría antes vivir libre en las praderas que atrapado dentro de una reserva".

Es bastante probable que muy pocos indios reconocieran ese 25 de junio a Custer una vez muerto: además de ir vestido competamente de ante en lugar de uniforme, como uno de sus exploradores, acababa de cortarse bastante su famosísima melena. Se sabe que, como todos sus hombres, fue desnudado y desprovisto de sus armas... pero, a diferencia de la gran mayoría de éstos, no fue escalpado para privarle de su cabellera ni tampoco mutilado (práctica que pretendía intimidar a los enemigos, pero, sobre todo, hacerles vagar eternamente sin descanso por las praderas y que realizaban en muchos casos las mujeres de los guerreros como venganza) sino que, según recoge la tradición oral de los nativos, dos mujeres cheyenne taladraron con sendas agujas sus tímpanos para permitirle oír mejor en la otra vida y tan solo le cortaron un dedo.

Y eso que había cargado confiado contra esa inmensa aglomeración de tipis que albergaban a miles de indígenas, creyendo que pillaría desprevenidos y dormidos a los guerreros. Su plan, extremadamente sencillo, pretendía acorralar a los combatientes, provocar la dispersión de los cerca de 30.000 ponies indios que pastaban cerca del campamento y capturar a los miles de mujeres y niños que componían el grupo principal de los rebeldes, que una vez en su poder, frozarían la rendición de los combatientes. Pero minusvaloró al enemigo...¡ah, el temido error de cálculo! y, para mejor rodear a sus oponentes, decidió dividir sus fuerzas en tres columnas. Custer se había plantado a tan solo 15 millas del gigantesco asentamiento al frente de las doce compañías en las que se integraban 30 oficiales, 566 soldados (muchos de ellos de origen irlandés -de ahí que el popular Garry Owen fuera el himno oficioso del regimiento http://www.youtube.com/watch?v=nikMneu7H90 -, inglés o prusiano... o italiano ...como el joven corneta Giovanni Martini-John Martin para sus compañeros- que salvó la vida al ser despachado del campo de batalla con un mensaje de Custer al capitan Benteen en el que se podía leer: "Benteen venga. Gran campamento. Venga rápido. Traiga la munición. P.D. Traiga la munición”), 15 civiles armados y sus cerca de 40 exploradores nativos. En su base de Fort Lincoln (Kansas) se habían quedado el propio coronel del Séptimo de Caballería y los otros 163 hombres (incluida la banda de música) que completaban su dotación. Cada uno de los jinetes uniformados llevaba una carabina monotiro Springfield con 100 proyectiles por arma, de mucho mayor alcance y precisión que los pocos rifles de repetición Henry y Winchester que poseían los indios, así como un revolver Colt con 25 balas. Con tanta munición, podían matar a cada indio de los presentes más de treinta veces.

Custer tomó bajo su mando a las compañías C, E, F, I y L, con 210 hombres, para atacar el centro del campamento. Atrás dejó al capitán McDougal con la compañía B y 175 hombres, al cuidado de las mulas de carga en las que se encontraba la mayoría de la munición.

El mayor Reno, un reputado veterano de guerra, al frente de las compañías A, G, M con 175 hombres, fue el encargado de atacar primero el campamento desde su vertiente norte para cerrar la huída por la cara sur, pero, contra lo previsto por Custer, fue primero repelido y después perseguido por varios centenares de guerreros indios que defendían a muerte a sus familias allí acampadas. No le quedó más remedio que resistir atrincherado durante dos días hasta que llegaron refuerzos y la presión del enemigo perdió fuelle. El gran campamento indio se disgregó en pequeños grupos que se dispersaron la misma tarde del día 26 ante la inminente llegada de Terry y Gibbon, que se produjo en las primeras horas del 27 de junio. Si Reno salvó su vida y la de sus hombres en primera instancia fue porque muchos de los guerreros que le perseguían prefirieron atacar a los infortunados hombres al mando de Custer una vez que quedaron aislados.

El capitán Frederick William Benteen, al frente de 120 hombres de las compañías D, H y K , a quien no pocos acusan de provocar el exterminio de Custer y sus hombres debido a la demora y la parsimonia (¡¡¡hasta paró a abrevar los caballos!!!) con la que acudió en su ayuda, éncabezó la tercera columna; aunque a la vista de lo que estaba sucediendo, decidió unir a las fuerzas de Reno y atrincherarse juntos a la espera de ayuda. Seguramente salvó así a sus hombres, pero quedó desacreditado ante muchos de sus compañeros de armas por abandonar a su suerte a su teniente coronel y las compañías a su mando.

Lo que Custer ignoraba es que tan sólo ocho días antes, el 17 de junio, el principal contingente de guerreros indios al que se enfrentaba ya había combatido con éxito contra las tropas estadounidenses al mando de Crook en la llamada Batalla del Rosebud, en la que los bravos liderados por el lakota de los oglala Crazy Horse (Thasunke Witkó) frenaron en seco a las tropas de Crook (que también contaba entre sus fuerzas con 300 indios crow y shoshone a su servicio), a pesar de su evidente inferioridad en medios y armamento y de su cansancio, tras una larga y agotadora marcha. Crook tuvo 36 muertos y 63 heridos por los 10 muertos y 21 heridos de sus adversarios, que, desde entonces tuvieron su moral por las nubes, pero que, sobre todo, impidieron al derrotado unir sus fuerzas al impaciente Cabellera Larga....

Custer había llevado consigo a Vic y Dandy, sus dos caballos favoritos, ambos de capa castaño oscuro. Vic, que era el que montaba en el momento del combate, no sobrevivió a la batalla (muchos de los hombres bajo su mando mataron a sus monturas para emplearlas como parapeto en los momentos finales, pero es improbable que Custer hiciera lo propio con su adorado purasangre), mientras que Dandy, mantenido en reserva con los animales de carga, fue enviado al padre de Custer en memoria del fallecido.

Es probable que, ante la gran tragedia en que había sumido a su regimiento, Custer se preguntase qué había fallado, si unos años antes la táctica de cargar con tres columnas diferentes contra el campamento del jefe cheyenne Black Kettle en el río Whasita había funcionado a la perfección... Pero claro, no es lo mismo atacar con gran superioridad numérica a un pequeño campamento lleno de mujeres y niños que intentar engullir de un solo bocado la gigantesca piedra de molino que era el gran asentamiento indio a la orilla del Little Big Horn...

Como es sabido, junto a Custer sucumbieron todos sus acompañantes, separados en diferentes grupos. Algunos de los soldados fueron aniquilados por la espalda, mientras huían desesperados, Unos pocos se suicidaron, para evitar caer en manos de los salvajes, temerosos de sufrir torturas y crueles mutilaciones y otras insoportables vejaciones. Con Custer, apenas un centenar resistió la última carga de los nativos... En media hora había terminado todo.... Ah!!! la impaciencia y el insidioso error de cálculo... (Uno no puede menos que maravillarse del homenaje -tremendamente crítico- al sangriento fin de Custer que presenta John Ford en su inmortal 'Fort Apache'... qué peliculón y cómo denuncia tantas y tantas arbitrariedades en el seno de su amada Caballería...http://www.youtube.com/watch?v=5d3a_gKeeZk). Según iban cayendo los soldados, los atacantes aprovechaban sus armas de fuego reglamentarias, que complementaban a sus viejos y mil veces reparados fusiles de avancarga, a sus letales arcos y flechas (de corto alcance, dado su mediano tamaño para poder disparar a lomos de los caballos, lo que obligaba a los indios a tener que acercarse y exponerse mucho al fuego de los soldados), sus lanzas y hachas, con las que remataban a los casacas azules heridos....

Con el impulsivo teniente coronel cayeron 12 oficiales, 193 soldados y 4 civiles: Boston Custer, su hermano pequeño; su sobrino Harry Armstrgong Reed; el corresponsal de guerra Mark Kellogg, del Bismarck Tribune; y el ya mencionado Mitch Boyer. Entre las bajas militares, también se contaba otro de sus hermanos, el capitán Thomas Ward Custer, que mandaba la compañía C y fue cosido a flechazos, escalpado y desventrado; su cuñado el teniente James Calhoun, casado con su hermana Maggie Custer; o uno de los más brillantes y aguerridos soldados de todo el regimiento, el capitán de origen irlandés Myles Walter Keogh, cuyo pequeño destacamento fue barrido mientras intentaba reunir y proteger a los grupos de soldados que habían quedado dispersos tras el primer ataque. A Keogh, cuya memoria guarda y honra este estupendo blog http://www.myleskeogh.org/ del que provienen algunas de las fotos aquí expuestas, le sobrevivó su espléndido caballo Comanche (foto 14), el único ser vivo participante en la carga de Custer que salvó el pellejo (aunque herido por algunas flechas) y que, tras ser curado, gozó de una plácida existencia como mascota del regimiento. Incluso Walt Disney dedicó una película de esas que emitía Disneyland ("El mundo es cascada de colores....mágico mundo de colores"...) y un cómic para reflejar su historia...

Otros 55 hombres del Séptimo de Caballería y 3 exploradores indios (Bob-Tailed Bull, Little Brave y el citado Bloody Knife, cuya cabeza reventó de un disparo y salpicó con buena parte de su masa encefálica la cabeza de un impresionado Reno) fallecieron a los órdenes de éste y de Benteen, y otros 60 más fueron heridos, para un total de 268 bajas mortales: 16 oficiales, 242 suboficiales y soldados y 10 civiles, entre los que también hay que contar a Charley Reynolds, jefe de los exploradores, y a Isaiah Dorman, intérprete indio de raza negra, abatido y escalpado atrapado bajo el peso de su caballo muerto, tras haber derribado a un indio de un disparo.

A todos ellos los recuerda el monolito troncocónico erigido en el mismo campo de batalla, con sus nombres grabado en el mismo... un mítico escenario que rememora dónde cayó cada soldado con una pequeña lapidita blanca... a las que se han sumado en los últimos años otras de color marrón que recuerdan a los guerreros nativos caídos "por defender su modo de vida", tal y como recuerda la tradición conservada generación tras generación por sus familiares. Sobre el lugar de la última resistencia de Custer aún quedaban un año después los esqueletos de los caballos muertos que habrían de servir de parapetos a sus jinetes (foto 16). En total, se estima que perecieron en torno a los 150 indios y otro tanto fueron heridos. Esta 'corrección política', impensable hace unos años, es evidente incluso en la página web del propio Little Big Horn Battlefield National Monument http://www.nps.gov/libi/ , en cuya presentación también se lee eso tan apañado de que "este área recuerda uno de los últimos esfuerzos armados de los indios de las Praderas del Norte para preservar su modo de vida".... Sin comentarios....

Y frente a la autoconfianza exacerbada y las prisas de Custer, la sobriedad de Sitting Bull (Tatanka Yotanka), el gran hombre medicina de los lakota hunkpapa cuyo liderazgo, sin ser puramente un jefe de guerra, unía mas que el mejor de los adhesivos, a los últimos e irredentos pueblos indígenas de las Grandes Praderas. Él también tenía una familia que ciudar y alimentar, como Custer, y para ello no dudó incluso en trabajar en el Gran Circo del Oeste con Buffalo Bill Cody interpretándose a sí mismo. Tras la gran victoria india, vendría la tanto tiempo esperada venganza de los blancos, que habría de costarle la vida a algunos de los principales caudillos nativos el día de la masacre de Custer. En 1877, Crazy Horse era traicioneramente asesinado al ser atravesado por la espalda por las bayonetas de varios soldados que argumentaron que el vencedor de las batallas del Rosebud y del Little Big Horn, que poco antes se había entregado a las autoridades al frente de su tribu, estaba intentando escapar. Una burda revancha por lo acontecido a Custer y sus hombres apenas un año antes.

Por su parte, Sitting Bull fue asesinado de un disparo en la cabeza el 15 de diciembre de 1890, a la edad de 59 años, durante una pelea entre sus seguidores y la policía india, que acabó a tiros. Tan solo dos semanas antes de la terrible masacre que aconteció en Wounded Knee y que puso fin a las Guerras Indias, a costa de la vida de los pobres lakotas a cargo del jefe Big Foot (cómo impresiona todavía la foto de su cadáver rígido sobre la nieve) http://es.wikipedia.org/wiki/Masacre_de_Wounded_Knee y que se saldó con 135 nuevas víctimas inocentes.
Triste e indignante epílogo a más de cuatro siglos de exterminio sistemático desde que los primeros colonos británicos habían desembarcado en las costas de Norteamérica, en busca de una nueva tierra de promisión en la que les sobraban sus molestos habitantes primigenios, sus verdaderos amos. Ya hubieran querido los nativos norteamericanos haber recibido el trato que tanto españoles como franceses, a pesar de sus muchos abusos y no pocas matanzas arbitrarias, habían dispensado habitualmente a los nativos que habitaban los territorios sujetos a su soberanía. Al menos, les quedaba el consuelo a las naciones indias, condenadas desde 1760 al exterminio, de haber protagonizado aquel 25 de junio de hace 133 años una jornada memorable con la que poder reivindicar su autoestima, su inmensa riqueza antopológica y cultural, así como las glorias de un pasado aún reciente, tal y como refleja la recreación de la batalla sobre una piel de bisonte que pintó uno de sus participantes, el lakota Kicking Bear (Mato Wanartaka) 22 años después del legendario combate y que abre este post. En ella, Custer yace muerto vestido de ante, con una larga melena rubia (obviamente, el artista no es fiel en este detalle) mientras los espíritus de los muertos, representados por siluetas vacias sin colorear, abandonan el cuerpo de los soldados abatidos... una cruel metáfora de los que el futuro le deparaba a las otrora todopoderosas naciones indias de las Grandes Praderas, cuya gloria y esplendor sólo perduran en los relatos e historias que se cuentan en torno al fuego en una noche de verano.... ¡Ah, el maldito error de cálculo...!

lunes, 15 de junio de 2009

¡JURAMENTADO!





































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































Recuerdo que era un gran motivo de celebración cada sábado por la tarde que la ponían en la tele, después de comer, del telediario y del capítulo de turno de la serie de dibujos que entonces estuviera de moda. No me importaba haberla visto una decena de veces, siempre disfrutaba como un enano, cada vez que 'La jungla en armas' http://www.youtube.com/watch?v=VjhF-TIowlA era la pequeña gran joya elegida por TVE para su espacio 'Sesión de tarde'. Esas eran tardes de jugar en casa de mis abuelos Diego y Jero, donde casi siempre comíamos los sábados. Antes, a modo de un moderno fariseo, yo había cumplido a rajatabla con mi habitual ritual sabatino, que consistía en visitar la biblioteca de la antigua Casa de la Cultura de Alfonso X para leerme cuantos tebeos pudiera, antes de bajarme un rato a pasear por las salas del Museo Arqueológico que acogía en su planta baja. Mientras la mayoría de críos que conocía estaban jugando al futbito o al baloncesto, yo me quedaba extasiado ante las añejas vitrinas, en las que igualmente convivían falcatas, soliferros, regatones y conteras de lanzas, exvotos, puñales y muuucha cerámica de la época ibérica y romana. Pero ante todo, lo que más me gustaba eran esas grandes vasijas argáricas con esqueltos y ajuares funerarios dentro, cuyo contenido miraba una y otra vez fascinado. Lo mío ya era vocación desde pequeñito. Cuando salía del museo, siempre me iba al Corte Inglés o a la Librería Aguaviva a comprarme el tomo semanal de 'El Príncipe Valiente' que publicaba Ediciones B.O. , ya lo que dedicaba, feliz y ufano, la mayor parte de mi paga semanal (rondaba las 200 pts, el mejor dinero que nunca haya gastado nadie!!!).

Era entonces cuando, cargado con mi codiciado tesoro gráfico, volvía a casa de mis abuelos... si aún era temprano, me tomaba con el padre de mi madre un platico de quisquillas recién cocidas y otro de almendricas marconas fritas de primera en lo que entonces era un modesto y entrañable bar donde todos los clientes se conocían, y los camareros ya sabían sin preguntarte qué tapas querías tomar; un estupendo local que con el tiempo multiplicaría su extensión y alcanzaría gran renombre como restaurante, hoy tristemente desaparecido, el Alfonso X....

Al terminar el aperitivo llegaba la hora de volver a casa, a disfrutar de la ensalada y el gazpacho que solía abrir la comida, las legendarias croquetas de pescado garruchero o los jugosos arroces con pollo que preparaba Brígida (con mucho perejil en rama, que siempre me comía yo), las espléndidas tortillas de habas de mi abuela Jero....

Después, en la sobremesa, llegaba la hora de la peli.... muchas de ellas "en glorioso blanco y negro", que diría Pumares (entonces eso no importaba, sólo si era buena o mala), y entre mis predilectas de siempre, siempre estaba la mencionada, un canto a la camaradería, la aventura y la inteligencia, muy en la línea de las pelis que Gary Cooper, su protagonista, rodaba por aquellos años.... pero también un ejemplo de paternalismo colonial y manipulación histórica infumables, y, además, en una época (1939) en que ya se veía venir el enfrentamiento con Japón y se pretendía despertar un espíritu militarista entre los filipinos, para plantar cara al expansionismo nipón por Asia.

Con ese cóctel en mente, el maestro Henry Hathaway dirigió esta entretenidísimo filme de aventuras que nada tiene que envidiar (todo lo contrario) a las pelis de Indiana Jones.... El argumento, apasionante: En la Filipinas de 1906, ocupada por los estadounidenses tras la deblace española de 1898, el ejército norteamericano intenta, a marchas forzadas, poner en marcha a las tropas filipinas que habrán de hacerse cargo de la defensa de las islas cuando los yankees reduzcan su peresencia militar. En ese estado de cosas, el destacamento de la población de Mysang debe hacer frente a las huestes rebeldes del caudillo musulmán Alipang. Este envía a sus juramentados para asesinar a los oficiales americanos, para desmoralizar a los inexpertos soldados filipinos. El médico de la plaza, el teniente Canavan (Cooper), se enfrentará con éxito a los juramentados, a una epidemia de cólera, a las insidias y traiciones de Datu, un malvado jefecillo local que finge ser aliado, y al ataque de los moros insurrectos.

Un punto fuerte del filme era que contaba con un repartazo de impresión.... un fabuloso David Niven como el seductor y valiente teniente McCool, un espléndido Broderick Craford en el papel de Larson (sometido a una muerte cruel por los malvados moros de Alipang traicionado por Datu), la dulce Andrea Leeds y el gran Reginald Owens dando vida al estricto capital Hartley y su hija Linda... el joven Benny Inocencio haciendo de Mike, fiel aunque simplón escudero de Canavan, y el pérfido Datu, otra magistral interpretación de ese increíble camaleón cinematográfico que era Vladimir Sokoloff (que lo mismo hacía de republicano español en 'Por quién doblan las campanas', de mandarín chino, de presidente de la URSS o del avispado viejecico mexicano que sugiere a sus desesperados convecinos que contraten a los Siete Magníficos como mercenarios)...

Escenas para la historia del cine, ese momento en que asediados por los moros, a punto de ser desbordados, Cooper lanza velas como si fueran cartuchos de dinamita y hace huir espantados a los rebeldes musulmanes... o cuando el protagonista amenaza a los moros con ser enterrados envueltos en una piel de cerdo y los otrora aguerridos asesinos se echan a llorar como niños de teta... pero, si por algo creo yo que recuerda la gente 'La jungla en armas' es por los juramentados, los antecesores a la manera del Extremo Oriente de los actuales terroristas suicidas islámicos que se inmolan cargados de explosivos como hombres bomba... Hace apenas un siglo, los moros empleaban argumentos más cortantes y afilados en lugar de C-4 y detonadores... A sus tradicionales lanzas (budiak en tagalo), jabalinas y dardos, se sumaba un impresionante armamento de mano integrado por el kriss (foto 8), de origen malayo y larga hoja de apariencia flamígera con curvas que recuerdan al cauce de un río; el barong (fotos 6 y 7), de hoja ancha y mango con forma de cabeza de ave estilizada; el kampilán (foto 12, espada a dos manos que era el arma blanca más grande y favorita de los moros de la isla de Mindanao a la hora de combatir, junto con las letales panabás: grandes machetes de fina hoja y punta cuadrada también empleados en las decapitaciones), y la pira, típica cimitarra de hoja ancha con una estilizado mango de madera.

A todo ello había que sumar cerbatanas con dardos envenenados, unas cuantas armas de fuego de avancarga obsoletas y elementos de armadura como eran los kupia (cascos), las pakil o corazas moras del sur con placas y cota de malla, los kalasag (escudos alargados dotados de puntas o aristas afiladas y que además de defender servían para golpear con ellos) y los bolos o machetes de hoja recta con punta curva, que posteriormente usarían en el Pacífico los soldados aliados durante la Segunda Guerra Mundial y eran propios de las etnias cristianas de las islas más septentrionales.

Este era el imponente arsenal con el que los moros combatían y con el que los juramentados cometían sus ataques suicidas, como bien refleja la película, que comienza con el cruel asesinato del pobre capitán Manning delante de su mujer, a pesar de que el fanático es cosido a tiros de revolver por el personaje de Gary Cooper mientras perpetra su crimen. Aunque parezcan exageraciones en aras de un mayor dramatismo, lo que cuenta la película se ajusta bastante a los hechos históricos....

Y es que los juramentados, como los actuales suicidas yihadistas, estaban hechos de otra pasta, e imbuidos de ardor religioso en sus acciones. Durante generaciones, los belicosos moros, que así llamaban los españoles a los aguerridos musulmanes que vivían en la rica isla de Mindanao, el llamado archipiélago de Sulú (integrado por las islas de Basilan, Joló y Tawi tawi y los grupos insulares de Tausug, Samales, Bajau o Sarangani), habían evitado con éxito el control efectivo de su territorio porl os españoles, limitados a una soberanía nominal en muchos de los casos, desembocando todo ello en numerosas camapañas militares e iniciativas diplomáticas que se pueden seguir detalladamente en este espléndido enlace... http://www.florentinorodao.com/articulos/art01e.htm#_5._Los_Bangsa_Moros%20desde%20la%20Indepe

Los moros tenían una bien ganada fama de piratas, de estupendos marinos muy hábiles en dar golpes de mano y de combatientes feroces de gran valor en combate. En sus incursiones navales empleaban ligeras y veloces embarcaciones que no eran sino piraguas talladas ahuecando un gran tronco, con un gran contrapeso en el costado de babor y que disponía de una gran vela sustentada sobre un mástil formado por tres palos, dispuesta en un aparejo similar al latino que le procuraba una gran velocidad. Como las bandas de moros solían ser inferiores en potencia de fuego y blindaje a sus rivales, sobre todo los curtidos soldados españoles, solían depender de la astucia, la movilidad, las emboscadas y la sorpresa para derrotar a sus enemigos o tomar al asalto sus reductos y fortalezas. Su táctica más extrema era la ya mencionada de emplear juramentados, una personal manera de entender y practicar ese estilo de Yihad conocida entre ellos (no hablaban ni rezaban en árabe ni tampoco su versión del Corán estaba escrita en esa lengua) como mag-sabil ("el que resiste las punzadas de la muerte") por aquellos jóvenes voluntarios seleccionados por los imames.

Una vez elegidos, el sultán pedía el consentimiento de los padres antes de aprobar la instrucción del futuro mártir para el parang-sabil (el camino al Paraíso). Técnicamente no era un suicidio como tal, prohibido por la religión musulmana, sino una manera de acceder al Jardín del Edén, donde le esperarían 16 vírgenes, vertiendo la sangre de infieles, en una acción que, muy probablemente, le acarrearía la muerte. A continuación, el elegido juraba con una mano sobre el Corán que cumpliría su misión, antes de tomar un baño ritual purificante, tras lo cual se le afeitaba todo el pelo del cuerpo y se le arreglaban las cejas hasta asemejar 'una luna de dos días'. Después, se le enrollaba fuertemente un fajín en la cintura, mientras que con cordeles se le ataban también fuertes en torno a los genitales, tobillos, rodillas, muslos, muñecas, codo y hombros, para generar una compresión que impidiera mucha pérdida de sangre por si era herido durante su misión suicida y para que pudiera culminar su brutal tarea antes de morir. Ello explica la escena referida en que, a pesar de freir a balazos al juramentado, éste consigue asesinar al capitán Manning. Una circustancia que les daba una cuasi diabólica imagen de invulnerabilidad ante los aterrorizados grupos de filipinos cristianos que solían ser sus vícitimas.

Posteriormente, se vestía con una impedimenta blanca y se adornaban con un turbante, y afilaban sus armas. Cuando tenía a tiro a su objetivo, cargaba contra ellos gritando "La ilaha il-la'l-lahu" (no existe más dios que Alá), mientras que empuñaba en cada mano un kris o un barong, o uno de cada. En el improbable caso de que sobreviviviera al ataque, se creía que justo cuarenta años después, su cuerpo ascendería al Paraíso de los musulmanes.

Cuando los americanos expulsaron a los españoles de Filipinas, había en Mindanao unos 265.000 moros por sólo 65.000 cristianos, y ambos grupos sociales desconfiaban uno del otro. Para los españoles y los filipinos cristianos, los moros eran piratas y traficantes de esclavos crueles y traicioneros, mientras que para éstos, los seguidores de la cruz era un grupo de pusilánimes y cobardes que lo único que querían era apoderarse de sus tierras y convertir al cristianismo a sus hijos. Los estadounidenses, más próximos a la cultura y religión de los hispano-filipinos crisitanos, adoptaron esa misma visión del asunto, prlongando en el tiempo el secular conflicto que durante siglos había enfrentado a las dos comunidades. Además, los moros no se fiaban de los americanos, a los que veían no como libertadores, sino como meros usurpadores de uss antiguos dominantes, y se negaban a sentirse 'americanos'.... No en vano, el presidente McKinley había declarado que los yankees no estaban en Filipinas para explotarlas colonialmente, sino para "desarrollar, civilizar, educar y enseñarles a autogobernarse". Menudo cuento de hadas... y es que los moros, viendo amenazado su tradicional modo de vida, sus costumbres y creencias, se negaban a aceptar el que sus hijos fueran obligados a escolarizarse y a ser educados en inglés, renunciar a la piratería y el tráfico de esclavos, abandonar sus costumbres guerreras en favor de la paz entre las tribus y clanes, pagar impuestos, inscribirse en un censo...

Por eso, tan pronto ya como en 1899, cuando las tropas americanas comenzaron a instalarse en diferentes localidades de Mindanao, inicialmente de manera pacífica, comenzaron los problemas y los enfrentamientos, con unos primeros balances, de 80 moros muertos por cada dos americanos de media, que les hicieron ver que nada tenían que ver con los timoratos hispanofilipinos a los que solían aterrorizar. En ese mismo año estalló también la guerra de liberación filipina, que buscaba la independencia del poder yankee, y que duró hasta 1903, con miles y miles de bajas entre los filipinos de uno y otro lado (tremedamente tristes resultan las fotos de filipinos muertos en defensa de su libertad a manos de sus 'libertadores', como la antepenúltima y penúltima del post), con muy escasas bajas estadounidenses dada su implacable superioridad de medios (cerca de 20.000 militares filipinos por 4.234 estadounidenses, la mayoría de éstos por causa de la malaria, y entre 200.000 y a más de un millón de civiles de una población que a comienzos del siglo XX rondaría los nueve millones, de los que no pocas personas eran familia de quien esto escribe). Devastador en lo demográfico, y más aún en lo social y lo cultural, pues buena parte de los filipinos que cayeron bajo las balas, violaciones y pillajes de los soldados yankees pertenecían a la élite más culta y españolizada, aquella más dispuesta a rebelarse en defensa de sus legítimos derechos. A esos mismos que era necesario erradicar para imponer sin trabas el inglés como lengua oficial del archipiélago, que habría de permancer como una colonia hasta 1946... quién sabe si aún lo seguiría siendo de no haber mediado la ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, los indómitos moros, atrincherados en sus fuertes de bambú llamados cotas, rodeados por fosos y de estacas afiladas, bajo la protección de sus antiguos cañoncitos de bronce ricamente labrados llamados lankatas, y otras pequeñas facciones guerrilleras cristianas continuaron con la lucha hasta su casi total exterminio en 1913, año de la 'paz' definitiva... De las increíbles prestaciones combativas de los juramentados dan idea algunos episodios, como cuando uno de ellos encajó siete balazos de revolver antes de llegar junto a un oficial americano (sus 'presas' favoritas) y cortarle de un tajo una pierna. Otro consiguió matar a tajos a siete soldados en las calles de Jolo, la gran capital de los moros, antes de ser achicharrado a disparos.

Quedaba claro, pues, que las armas de fuego, especialmente los revólveres del calibre 38 de los oficiales (fotos 20, 21 y 22) carecían del necesario 'poder de detención' frente a los juramentados, sobre todo antes de que pudieran infligir algún daño con sus armas. La solución pasaba por un cambio de las armas reglamentarias, especialmente los revólveres, que dejaron paso a un prodigio de la técnica, obra de John Moses Browning, llamado a ser una leyenda en el universo de las armas, la pistola Colt 1911 del calibre 45 (fotos 23, 24 y 25) cuyo cargador acogía, además, un cartucho extra (siete) frente a los seis del tambor de los revólveres, al que se unía otro en la recámara. La semi-automática devolvió la confianza a los estadounidenses, y demostró unas propiedades estupendas para cualquier escenario en el campo de batalla. A modo de anécdota, indicar que las pruebas frente a los denostados revólveres del calibre 38 se realizaron disparando a vacas, cerdos, e incluso cadáveres colgados en el aire, para comprobar de una manera totalmente práctica los efectos en sus cuerpos.

Que el arma gozó de una merecida popularidad entre las tropas de Filipinas nada más ser adoptada, la pone de manifiesto el fabuloso y conocidísimo cuadro del artista Hugh Charles McBarron Jr titulado 'Knocking Out the Moros', una de las afamadas catorce pinturas en la que recreó momentos épicos de la historia del US Army, en este caso una de las múltiples escaramuzas que enfrentó a los aguerridos moros, obsoletamente equipados, con las tropas yankees, y en la que el oficial esgrime su flamante Colt 1911 dispuesto a hacer buen uso de ella mientras sus hombres despachan a la morisma con sus rifles Krag-Jorgensen con las bayonetas caladas.

A la hora de combatir a los moros, las tropas estadounidenses aplicaron una mentalidad, tácticas y medios muy similares a lo empleado en los combates contra las tribus indias unas pocas décadas atras. Lógico, si pensamos que en 1901, en plena guerra entre filipinos y norteamericanos, tan sólo hacía 25 años de la derrota de Custer en Little Big Horn, sólo 15 desde la rendición de Jerónimo, y apenas 11 años desde la última masacre de nativos amerindios, la cometida sobre los sioux en Wounded Knee en 1890. Entre los militares de más amplio historial se encontraba el entonces todavía capitán John Joseph Pershing, que a sus 40 años era todo un veterano de las Guerras Indias y de la de Cuba, donde había combatido en la bstalla de las Lomas de San Juan, y que años después perseguiría con sus fuerzas dentro de territorio mexicano sin ningún resultado al mismísimo Pancho Villa, antes de ser nombrado el jefe supremo de las tropas estadounidenses enviadas a combatir en Europa durante la Primera Guerra Mundial.

Pershing participó con éxito en diversos combates contra los moros y dirigió la toma a cañonazos de más de 50 de sus cotas, en acciones que se saldaron con centenares de muertos entre los musulmanes filipinos sin apenas bajas entre los yankees. Partidario, pese a todo, de una política de integración y apaciguamiento, que le llevó a compartir partidas de ajedrez con los Datu o jefes locales y celebrar con decenas de ellos las festividades del 4 de julio, terminó considerando a sus adversarios filipinos tan obstinados e inadaptables como lo habían sido décadas antes los mismísimos apaches. Otro militar de armas tomar fue el coronel Alexander Rodgers, del Sexto de Caballería, demostró muchos arrestos a la hora de combatir a los juramentados, envolviendo sus cuerpos y enterrándolos con una piel de cerdo en fosas comunes, idea que otros le copiaron metiendo directamente la cabeza cortada de los moros ya abatidos en tan 'impuro' receptáculo. Desde la primera aplicación de estas medidas, se pudo comprobar su gran eficaica disuasoria, y descendió muchísimo el número de ataques de juramentados. No es de extrañar que a Rodgers, los moros le llamaran 'cariñosamente' 'El Cerdo'. Un espisodio recreado en la película, y que el astuto personaje interpretado por Gary Cooper emplea para 'hacer cantar' a un juramentado que consiguen capturar vivo.

A Pershing, condecorado por sus 'hazañas militares' contra la insurgencia musulmana y llamado de vuelta a Estados Unidos, le sustituyó otro veterano de la Guerra de Cuba, el intransigente mayor general Leonard Wood, médico que había estudiado en Harvard, para quien los moros, pese a su indudable coraje, no eran más que una depravada raza de piratas, bandidos y forajidos que sólo podían ser tratados con mano dura. Continuamente repetía eso de que "cualquier concesión que se les hiciera, sería un error'. También criticaba las tácticas del enemigo, al que consideraba estúpido por atacar de día y a campo descubierto, expuesto a ser barrido por las armas de fuego americanas, en lugar de optar por incursiones nocturnaso al abrigo de las selvas, ya que eran expertos organizando emboscadas.

Wood comandó algunas de las acciones militares más sangrientas contra los insurgentes moros, cuya desproporción provocó las críticas en la prensa del mismísimo Mark Twain, que no podía entender cómo se podía considerar una épica victoria el machacar a cañonazos durante tres o cuatro días a centenares de rebeldes, mujeres y niños incluidos, atrapados en sus inaccesibles refugios. Panglima Hassan y Dato Ali son dos de los jefes guerrilleros más importantes a los que acorraló y mató merced a sus tácticas, como también hizo con Jikiri, un preligroso bandido. En marzo de 1906 tuvo lugar la conocida como 'La batalla de las nubes', por lo elevado del lugar, el cráter del extinto volcán Bud Dajo, donde perecieron más de 600 rebeldes por tan solo 21 muertos y 73 heridos estadounidenses. Pero, como habría de suceder unas décadas más tarde en las junglas y arrozales vietnamitas, tanto exceso y abuso llamó la atención de la opinión pública estadounidense, lo que provocó el relevo de Wood y el urgente regreso de Pershing al archipiélago.
Tras un período de relativa calma, con pequeñas escaramuzas, en el verano de 1913 se concentró en las inmediaciones de la montaña de Bud Bagsak una gran fuerza integrada por entre 6.000 y 10.000 guerreros musulmanes, el mayor desafío hasta entonces afrontado por los estadounidenses desde su conquista de las Filipinas. Tras cuatro días de intensos combates, que tuvieron lugar del 11 al 15 de junio, el 8º Regimento de Infantería y los Exploradores Filipinos pusieron en fuga al enemigo, tras causarle más de 600 muertos y millares de heridos, a cambio tan solo de 14 fallecidos y 11 heridos yankees. Fue el canto de cisne del poderío moro, cuyos líderes optaron desde entonces por una política de paz y sometimiento. Las Filipinas quedaban definitivamente pacificadas hasta el estallido de la guerra entre el Imperio Japonés y los Estados Unidos.
De la importante amenaza que siempre supusieron para el control de las Filipinas y sus mares aledaños los belicosos moros, da idea el comentario del embajador japonés en España durante los fastos del Quinto Centenario, reconociendo públicamente que "de no haber detenido los españoles la expansión del islam en las Filipinas, el Japón también sería hoy un país musulmán". Sirva esta atinada reflexión como merecido homenaje a esos risueños y valientes soldados españoles de la última foto del post que, durante generaciones y pesar de carecer de los medios adecuados y ser presa de todo tipo de enfermedades tropicales, mantuvieron a raya, junto a sus congéneres de la Armada, a tan formidable enemigo.
Buena prueba de la fascinación que generaron los juramentados entre los escritores, periodistas y artistas de medio mundo la constituye la estupenda aventura con guión del gran Víctor Mora en la que nuestro invencible Capitán Trueno las pasaba canutas luchando contra una banda de estos peligrosos fanáticos....
Tras la independencia de Filipinas, son varios los movimientos armados musulmanes que se consideran los herederos de sus antepasados moros en su lucha por escindirse del resto del país y crear en Mindanao su propia Nación Islámica o Bangsmoro: el Frente Moro de Liberación Nacional, que llegó a un acuerdo de paz y reinserción social con el Gobierno, del que se escindió en 1984 el Frente Moro Islámico de Liberación, también inmerso ahora en conversaciones de paz; el Pentágono en Mindanao central; Abu Sayyaf, directamente relacionada con Al Qaeda, y la Jemaah Islamiah, instalada en el resto del Sureste de Asia. Estas dos últimas bandas guerrilleras abogan por el secuestro y la ejecución de ciudadanos, turistas, religiosos y cooperantes europeos, y por el asesinato de cristianos filipinos, y tienen en jaque al ejército del país, al que resplada militarmente, de momento muy tibiamente, la antigua potencia colonial. Se calcula que las acciones de estos movimentos armados han provocado el éxodo de 400.000 refugiados y la muerte de más de 160.000 personas.
Este post está dedicado al Mayor Reisman y su fantástico blog de cine bélico e histórico, con el que tanto se aprende y se disfruta. VA POR USTED MAESTRO Y POR ESE CANTO A LA MÁS EMOCIONANTE AVENTURA QUE ES 'LA JUNGLA EN ARMAS'.