jueves, 1 de agosto de 2013

De cómo el genial Caballero de Lamarck revolucionó la ciencia con sus jirafas...






Cada vez menos son las personas que responden con un "Darwin" a la pregunta de "¿quién formuló por primera vez la teoría de la evolución?". Y no es que sean menos porque conozcan la verdadera respuesta, que no es ésa, sino porque incluso un personaje tan conocido antaño como Darwin resulta cada vez más una entelequia, un arcano para buena parte de la ciudadanía... 

Y es que, en justicia, el primero que formuló de manera científica y razonada fue un francés, el Caballero de Lamarck (Jean-Baptiste-Pierre-Antoine de Monet, 1744-1829) a quien debemos también la invención, en 1802, del término BIOLOGÍA, que parece que sea cosa de los antiguos griegos, y de eso, nada de nada...al César (o al Jean Baptiste, en este caso) lo que es del César... Suya es también la primera distinción de forma sistematizada entre lo orgánico y lo inorgánico, una distribución de las especies animales de la que deriva la actual, partiendo de los seres vivos más diminutos hasta los más evolucionados (foto 4), entre otros grandes avances en este campo.

Hoy, que celebramos el 269 aniversario de esta gran eminencia de la Europa de la Ilustración, me sorprende mucho que Google no le haya dedicado el pertienente doodle, tal vez porque esta fecha, que es también la del inicio de la Primera Guerra Mundial y la de la destrucción total del templo de Jerusalén por las legiones de Tito, sea poco propicia para celebrar efemérides... Este hombre valiente, el primero en desafiar por escrito de manera racional y científica las tesis creacionistas basadas en la Biblia, según las cuales todas las especies animales seguían siendo idénticas a tal y como fueron creadas por Dios en esos seis días en los que también creó el mundo, basó su teoría evolutiva en sus amplísimos conocimientos de botánica y sobre invertebrados, de los que era una reconocida autoridad en su tiempo, y, sobre todo, en una especie entonces tan exótica y a la vez tan llamativa para los europeos de su tiempo como era la jirafa (de la que sólo se habían visto dos ejemplares vivos en Europa, uno que llevó a Roma el tremendo narcisista de Cayo Julio César para impactar al personal en sus desfiles triunfales tras sus campañas en Egipto, y el que le regalaron los mamelucos en 1486 a Lorenzo 'El Magnífico' de Médicis, otro obsesionado con llamar la atención a toda costa y restaurar en su Florencia natal las glorias imperiales romanas, hasta que en 1826 llegó otro ejemplar vivo a suelo europeo, también, como sucedió con sus predecesoras, desde tierras egipcias, esa fascinante 'Zarafa' http://en.wikipedia.org/wiki/Giraffe_given_to_Charles_X_of_France_by_Muhammad_Ali_of_Egypt , la voz árabe para 'jirafa', protagonista de una apasionante e increíble odisea que ha inspirado recientemente un más que interesante filme francés de animación homónimo que se estrena estos días en nuestros cines http://www.hoyesarte.com/cine/zarafa-excelente-animacion-sin-artificios_126598/). Seguramente la elección de la jirafa se debió al hecho de ser el animal terrestre vivo más alto de todo el planeta -los 5,30 m de altura que puede alcanzar un gran macho jirafeño deja en pitufo al gran elefante africano y sus 4 m de altura máxima- , lo que ofrecía a Lamarck una magnífica oportunidad para explicar su teoría partiendo de una característica física tan llamativa e indiscutible como la altura, que constrasta vivamente con los bastante menos espectaculares pinzones de las Galápagos estudiados por Darwin. La gran discrepancia con el naturalista británico, que siempre puso públicamente a parir a su predecesor, pese a ser un hijo directo de la senda rupturista emprendida por Lamarck cincuenta años antes, (su 'Filosofía zoológica' se publicó en 1809 y 'El origen de las especies' darwiniano justo medio siglo después, en 1859), consistía en que el barbudo y calvo de Sir Charles entendía que toda evolución exigía de la COMPETENCIA entre DIVERSAS especies similares por adaptarse al medio, de las que sólo sobreviven las mejor adaptadas, que no necesariamente las más fuertes. Por su parte, Lamarck propugnaba una evolución más lineal fruto de la adaptación de cada especie, sin contemplar con tanta insistencia como Darwin la teoría de la SELECCIÓN NATURAL de unas especies frente a sus competidoras... No hay mejor tributo para despedir este breve recuerdo a tan insigne (y hoy muy desconocido) científico que su entrañable comentario sobre las jirafas como fundamento de su revolucionaria teoría: 

“Los antepasados de la jirafas debían de ser similares a los antílopes actuales. Hace millones de años, algunos individuos se esforzaban por alcanzar las hojas de los árboles para conseguir más alimento que el resto. Para ello estiraban el cuello y las patas delanteras. Por esta razón, estos órganos se fueron alargando, de modo que al final de su vida estos animales tenían estos órganos de su cuerpo más largos que cuando nacieron. Estos caracteres pasaron a sus descendientes, que volvieron a repetir el esfuerzo de sus progenitores. Así, a lo largo de muchas generaciones, se consigue el alargamiento del cuello y de las extremidades anteriores que caracterizan a las jirafas actuales”.

La ciencia moderna, en un campo tan innovador como la epigenética, que contempla esa transmisión de caracteres de los progenitores a los descendientes negada por Darwin y sus sucesores, otorga ahora parte de validez a la, hasta hace bien poco, denostada teoría de Lamarck... 

¡¡¡Feliz cumpleaños, eminencia!!!