viernes, 24 de noviembre de 2017

También el 'genocida' Imperio español tuvo sus buenos aliados indios...






Conozcan vuesas mercedes a los aliados de aquel Imperio nuestro que, según la progresía imperante, repetía sin cesar el genocidio de los nativos del Nuevo Mundo, cuando buena parte de la conquista y expansión territorial sólo fue posible gracias a la copiosa colaboración de numerosas naciones indias, cada una por diferentes motivos e intereses. Porque, muy posiblemente, Blas de Lezo no habría podido defender Cartagena de Indias de la invasión británica en 1741 sin los 600 indios flecheros que contribuyeron a la defensa de tan vital plaza fuerte para la supervivencia del imperio en tierras americanas. Ni los presidios de la Frontera Norte de la Nueva España habrían podido plantar cara a las incursiones de los Comanche sin el apoyo de los indios Pueblo (Hopi, Zuñi, Taos, Keres y Jemez...). Todos ellos se salvaron del 'genocidio' español... tal vez por su condición de 'colaboracionistas' contra sus hermanos de sangre pero, hasta la llegada de los europeos, sus enemigos más ancestrales.

El capítulo de hoy: Nuestros amigos, los Cherokee...

En su excelente lámina, Bob Graham nos representa a dos guerreros Cherokee, los verdaderos señores del Sur de la América británica, participantes en ese episodio dentro de la Guerra de los Siete Años conocido como la Guerra Anglocherokee (1758-1761).

Sólo la derrota en 1760 del bando francocanadiense, de cuyos pertrechos, mercancías, armas y municiones dependían dramáticamente los nativos para subsistir, decantó la balanza del bando angloamericano. El decidido apoyo de sus vecinos españoles del virreinato de la Nueva España, a todas luces insuficiente, apenas mitigó la terrible situación de hambruna y desamparo en la que esta valiente y poderosa nación, a la que tanto temían los ingleses y sus colonos, se vio postrada una vez perdida para siempre la causa francoindia unos centenares de millas más al Norte...

Seguramente ambos sean jefes de guerra, como denotan las golas de plata que cuelgan de sus cuellos, y que en la cultura occidental sólo podían lucir los oficiales de los ejércitos europeos (como representación simbólica de las antiguas corazas y armaduras).

También se aprecia la gran dependencia que tenían estos indios del comercio con los blancos: sus fabulosos y letales mosquetes finos de caza franceses, sus tomahawk de origen británico, sus camisas y fajas, las polainas del que está arrodillado (elaboradas con una manta de lana azul), los abalorios y conos de hojalata con que decoran sus zurrones y orejas, sus cuchillos de escalpar, y uno de los principales productos de comercio con los indios: el bermellón con el que pintan de rojo sus cabezas...el color de la guerra, a base de cinabrio (sulfuro de mercurio), y que era la tercera mercancía más solicitada por los indios tras la pólvora y balas, y los textiles/ropa, muy por delante de la comida, el alcohol y los objetos metálicos de toda índole...

Valiosos y aguerridos aliados de aquella España imperial que no pudo evitar el trágico y cruel destino al que se vieron abocados.

lunes, 13 de noviembre de 2017

El inventor del helicóptero, otra desafortunada víctima del Desembarco de Normandía...








Hoy se cumplen 110 años del que está considerado el primer vuelo de un 'helicóptero', aunque convendría hablar más de 'salto', por ser justos. La palabra hélicoptère fue acuñada en 1863 por el pionero de la aviación Gustave de Ponton d'Amecourt, a partir de la unión de dos palabras griegas: helix (hélice) y pteron (ala), por lo que parecía una cuestión de justicia histórica que el protagonista de tal hazaña fuera también francés. Paul Cornu, un ingenioso fabricante de bicicletas y ciclomotores, creó en su taller familiar el 'Helicoplano', un vehículo impulsado por unos rotores de palas movido por un motor de 24 caballos, donde queda más que evidente la profesión del inventor, a la vista de los materiales empleados, y cuya ligereza se reflejaba en sus escasos 250 kg de peso.

La mañana del 13 de noviembre de 1907, en Lisieux, localidad del departamento de Calvados famosa en el mundo entero por otro de sus más ilustres vecinos, Santa Teresita del Niño Jesús, el artilugio de Cornu alzó el vuelo durante unos 20 segundos y a una altura del apenas 30 cm; esa misma tarde repitió el vuelo, con su hermano a bordo como pasajero, alcanzando casi dos metros de altura, a pesar de levantar un peso de 358 kilos en total.

Siguieron otros vuelos en solitario, con resultados casi idénticos. Cornu fue consciente de que, a pesar del avance que suponía el primer despegue del suelo en vertical, su máquina, difícil de controlar y sin muchas posibilidades de mejora en su diseño, no tenía demasiado futuro.

La falta de financiación y de apoyo oficial hicieron el resto, forzando a Cornu a abandonar definitivamente su sueño. Tras la Primera Guerra Mundial, pasó a interesarse por los entonces novedosos aparatos de Telegrafía Sin Hilos, hoy vulgarmente conocidos como receptores de radio. También probó con la política, siendo elegido miembro del Consejo municipal.

Pese a todo, el bueno de Cornu parecía estar predestinado a perder la vida a causa de la aviación, aunque no de la forma que él hubiera imaginado. Fue uno de los más de 700 muertos causados en Lisieux -incluidos 21 de los monjes benedictinos que allí vivían- por los bombardeos aliados del 6 al 7 de junio de 1944 en apoyo al desembarco de Normandía, que destruyeron el 75% de las viviendas de la localidad, pereciendo nuestro inventor sepultado bajo los muros de su casa junto a 9 de sus familiares, mientras que las monjitas carmelitas salvaron su vida refugiadas en la cripta de su abadía, en cuyo altar había hecho la primera comunión Santa Teresita 60 años antes y que quedó totalmente arrasada; allí permanecieron ocultas hasta la llegada de las tropas aliadas).

Al amanecer de tan infausta jornada, 23 bombarderos pesados estadounidenses B-24 Liberator, sin ninguna oposición de caza ni de artillería antiaérea por parte alemana, arrojaron sin ser molestados sobre la indefensa villa 132 bombas M-64 de 500 libras y otras 244 M-31 de 300 libras. Entre los días 5 y 7 de junio, la aviación y la artillería aliada asesinaron de manera involuntaria e indiscriminada a más de 20.000 civiles franceses sólo en el departamento de Calvados, llegando a los 50.000 en las zonas de Normandía aledañas al desembarco y a los puntos de resistencia germanos, creando un gran resentimiento contra los 'libertadores' en los municipios más castigados por esta tormenta de muerte desatada desde el cielo.

La imagen de los infantes británicos que cierra el post, entrando el 22 de agosto en Lisieux por delante de las ruinas de la abadía de las carmelitas, lo dice todo. Pero parece que los crímenes de guerra nunca cuentan para el bando que se ciñe la corona de la victoria...