martes, 12 de mayo de 2009

Leningrado, aterrador paraíso caníbal...



















































































































































































Me permito avisar a aquellos espíritus más sensibles o aprensivos, que los hechos ciertos que a continuación relato, pueden herir sensibilidades, generar malestar o desagradar profundamente a quienes tengan a bien leerlos. Si su curiosidad, morbo, fidelidad a este blog o despiste les hacen seguir adelante, que luego no me acusen de truculento, retorcido o siniestro juntaletras. Advertidos quedan y que sepan también que tengo el libro de reclamaciones en el encuadernador. Así que, el riesgo es cosa de ellos.

Hace aproximadamente un par de meses, comenté en ese magnífico reducto de la cultura y el entretenimiento que es Black Coffee y presenta y dirige en la noche de cada viernes en La Opinión TV mi querida y admirada Lola Gracia, el fantástico libro 'Historia natural del canibalismo'. Una obra rigurosa y amena, obra del afamado cirujano y pediatra Manuel Moros Peña http://www.libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=~/paginas/entrevistas/entre321.ascx , que, a pesar de su juventud, atesora una interesante obra científica y literaria, entre la que destaca el no menos impactante 'Seres extraordinarios' http://www.netsaber.com.br/resumos/ver_resumo_c_4799.html , tratado dedicado a las más llamativas malformaciones padecidas por seres humanos de ayer y de hoy...

Entre los muchos e interesantes (y aterradores, según los casos) episodios que cita y comenta en su obra dedicada a la antropofagia el doctor Moros, hubo uno que me llamó mucho la atención, y que despertó en mí cierta curiosidad para saber más. Conocido era que, durante el cruel y prolongado asedio que padeció la ciudad de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, algunos de sus ciudadanos habían recurrido al canibalismo para evitar morir de inanición... hasta ahí, una historia más o menos sabida, y, hasta cierto punto, lógica. Lo que no tenía yo tan claro era la extensión que llegó a alcanzar el fenómeno entre la exangüe población de la gigantesca urbe poblada por tres millones de personas al comenzar el asedio el 8 de septiembre de 1941, de las que casi la mitad habrían muerto a su conclusión el 27 de enero de 1944 , 872 días después...
El tema antropofágico , que da mucho de por sí solo, y aún mucho más relacionado con el conocido sitio padecido por la ex-capital zarista, resulta de lo más espeluznante en cuanto se profundiza un poco. Además, cada vez está más presente en aquellas obras de investigación histórica, muchas de ellas de procedencia británica que analizan de manera tan rigurosa como exhaustiva lo ocurrido en aquellos infaustos días. Impresionante resulta lo que el profesor Michael Jones, de la Universidad de Birmingham, reproduce en su libro 'El sitio de Leningrado, 1941-1944'. En sus páginas relata algunos de los casos más clamorosos y espeluznantes del canibalismo que practicaba buena parte de la ciudad con respecto a la otra. En total, durante el asedio, la NKVD (antecesora de la KGB) reconoció oficialmente haber detenido a 1.400 personas acusadas de canibalismo, de las que más de 300 fueron ejecutadas... pero esto constituía sólo la punta del iceberg... pues todos, autoridades y ciudadanos, eran muy conscientes de que los caníbales no eran esos seres discretos y huidizos que cabía pensarse, sino que integraban numerosas bandas que, con diferentes artimañas, engaños y asesinatos, llenaban sus despensas con las partes más sabrosas (como nalgas, pechos de mujer o extremidades) de una parte de sus convecinos, que se vendían en muchos ocasiones en los mercados ante la vista gorda de las autoridades y ciudadanos, que conocían perfectamente el origen de esa carne más o menos fresca que tenían ante sí.

Uno no puede menos que aterrarse al imaginar las partidas de caza, de hasta veinte individuos, pertenecientes a estas numerosas pandillas de asesinos devoradores de personas en busca de su nutritivo sustento, cuya ingesta de manera regular les otorgaba una gran ventaja en fuerza, agilidad y velocidad mental en relación al resto de la población y de los mismos soldados, sometidos todos a un inhumano racionamiento que no hizo sino empeorar a lo largo del asedio, y víctimas ellos mismos en muchas ocasiones de estos modernos velocirraptors que, como sus antecesores prehistóricos, actuaban en bandadas de depredadores casi imposibles de derrotar.
Todo ello pese a los muchos camiones cargados de alimentos que cruzaban cada día el lago Ladoga helado por una carretera de fortuna de más de 200 km trazada como mejor se pudo por los ingenieros militares, desafiando los ataques de la Luftwaffe sobre los inermes convoyes cargados con los escasos víveres que se podían reunir cada día. Pero no era fácil alimentar con esos medios tan escasos a los cerca de tres millones de personas, con más de medio de niños incluido, que atestaban la ciudad a comienzos del asedio... De hecho, una de las intenciones últimas de los germanos era provocar el fallecimiento de muchos de los atrapados en la ciudad, para evitarse el tener que mantenerlos una vez que capitulase Leningrado. Y a punto estuvo de salirles bien la jugada...

Al poco de comenzar el sitio, los hambrientos civiles ya se habían comido todo tipo de animales domésticos, perros y gatos incluidos, y otros como las ratas o los pájaros de los parques. Apenas quedaba nada a qué recurrir, y fue cuando se comenzó a recortar partes del cuerpo de esos cadáveres ya fallecidos, antes de que fueran llevados envueltos en sudarios y arrastrados sobre un pequeño trineo infantil al cementerio para ser enterrados...

Tampoco había ni agua corriente ni combustible para calentarse, tornando la situación de la población civil en desesperadísimamente crítica. Cuando comenzó el asedio en septiembre, las reservas de alimentos en la ciudad se estimaban en harina para 35 días, cereales para 30 días, carne para 33 días, grasas para 45 días y azúcar para 60.... pero ni en sueños se había previsto nada para los casi 900 que estaban por venir. Encima, las autoridades comunistas, obsesionadas con vender a la población una imagen contraria a las grandes derrotas y descalabros que sufría el Ejército Rojo a manos de los alemanes en toda Rusia y especialmente en los alrededores de Leningrado, habían permitido a ciertos restaurantes de hoteles y clubes sociales no respetar el racionamiento... algo que duró unas pocas semanas, hasta que todo se fue complicando y los recursos dejaron de llegarles.


Entonces sí que comenzó lo peor para los sitiados, que se vieron forzados a comer hierba, serrín o cola de carpintero; a hervir el papel pintado de las paredes, los cinturones de cuero, las botas, ¡hasta los libros...! Se ponían por todos lados trampas para perros y gatos, cuervos y gorriones, incluso ratas y ratones, para hacer unas sopas a las que, a menudo, se les añadía brillantina, vaselina o pegamento…cualquier cosa que se pensara que tuviese nutrientes extras. Había obreros que se bebían el aceite industrial de las máquinas o se comían la grasa de los rodamientos y cojinetes, tal era su desesperación. Había quien subsistía sólo a base de pan, agua salada y pegamento hervido. Además, el invierno de 1941 fue uno de los mas crudos de la historia, y para mediados de septiembre los suministros de carbón y combustible se habían agotado, por lo que, cuando no hubo calefacción central, las tuberías se congelaron y el suministro de agua se cortó (significativas son las fotos 13 y 14 de los ciudadanos captando con sus cucharones agua de las canalizaciones reventadas por el frío y los bombardeos alemanes...).

Se cambiaban valiosas joyas,obras de arte, muebles de lujo e incluso magníficos pianos de cola a cambio tan solo de unas rebanadas agrias de pan. En enero de 1942, la ración mínima que se entregaba en la ciudad, la destinada a los niños y adultos no trabajadores (entre los que se incluía a la gran mayoría de intelectuales y profesores, porque para las preclaras autoridades éstos no aportaban apenas nada al esfuerzo de guerra, sino que constituían una engorrosa carga a la que alimentar y a los que, en el mejor de los casos, sólo se les daba tabletas de vitaminas en lugar de alimentos), consisitía en apenas 125 gramos diarios del 'pan' sanpetersburguense, y punto. Un pan que sólo contenía un 50% de harina de centeno durante los primeros meses de asedio, porque después la cosa fue a mucho peor, al añadírsele soja, cebada y la avena destinada a alimentar a las caballerías militares (y por lo tanto, pronto sustituida por malta). Incluso se intentó, sin mucho éxito, elaborar pan con semillas de algodón y con ¡celulosa!, tan abundantes ambos materiales en los almacenes de la ciudad, pero su escaso valor nutricional lo desaconsejó. Los ciudadanos fueron jerarquizados de acuerdo a sus capacidades, haciendo de los obreros industriales los mejor alimentados (incluso por delante de los soldados). En noviembre de 1941 cada obrero consumir en torno a las 500 calorías, por las 2.500 que necesitaría un hombre adulto para mantener su peso corporal en condiciones de trabajo, o más, si tenemos encuenta que muchos trabajaban a cielo abierto en pleno invierno dentro de factorías a los que los combates habían privado de su techo. Mientras, los soldados recibían 350 g de 'pan', a todas luces escasos si estaban luchando en el frente, y sólo 250 g si no se estaban en primera línea. Tras ellos, recibían una ración aún más ínfima los oficinistas y otros dedicados a trabajos menos físicos. No es de extrañar que muchas mujeres dejaran de menstruar debido a tan lamentable situación de extrema carestía.

En cuanto al mencionado pan... había varios barcos de trigo junto a la orilla del río Neva que habían sido hundidos por la aviación alemana, a los que se enviaron buzos y cuyo grano fue sacado a la superficie. Aunque estaba enmohecido y sabia repugnantemente, seguía siendo nutritivo y se empleó como parte de la masa en las panaderias de la ciudad. En un almacen se descubrieron 2.000 toneladas de tripas de oveja rechazadas por estar en mal estado, que fueron convertidas en gelatina y sazonadas con hierbas aromaticas y aceite al aroma de clavo para ocultar el repugnante olor, vendiéndola entonces como parte de la ración de carne o como un sustitutivo de la leche. También se elaboraban caldos de algas y sopas de levadura, pero, a pesar de todo, la gente sólo obtenía una media del 10% de las calorías necesarias diariamente para poder sobrevivir.

Nada se tiraba, ni los caballos muertos por la acción del enemigo, ni mucho menos las personas fallecidas... de las que era muy común ocultar su muerte para seguir empleando sus cartillas de abastecimiento. Este fraude tan habitual impedía a las autoridades llevar un control riguroso del número de fallecidos por el hambre, que, a pesar de todo, no dejaba de crecer oficialmente, aunque en cifras menores a las reales... 11.000 en noviembre de 1941 (más de 350 personas al día!!! de lo que eufemísticamente llamaban las autoridades 'Distrofia alimentaria', o sea, HAMBRE) y 53.000 en diciembre, en una ciudad sepultada bajo la nieve donde nadie, ni los sepultureros, tenía fuerzas para enterrar a los muertos, demasiado debiles para abrir agujeros en el suelo congelado. Entre enero y febrero de 1942, la cifra de muertos acendió a más de 200.000 fallecidos por hambre, a los que había que sumar las bajas en los combates con las tropas finlandesas, germanas y las aliadas del Tercer Reich, entre las que estaba la División Azul de Voluntarios españoles...
Tal pesadilla se saldó al final con la muerte de más de 1.200.000 civiles, aunque dado el gran número de refugiados que acogía la masacrada urbe nunca se conocerá la realidad, mientras que las herméticas autoridades estalinistas sólo reconocieron la muerte de unos 600.000. A los fallecidos por inanición o las bombas y obuses del enemigo, se sumaron también los provocados por terribles epidemias de tifus o disentería.
Poco a poco, la vital ruta que abastecía a la ciudad permitió aumentar las raciones, a lo que se sumó el tener que alimentar a una población menor en número, ya de tan solo un millón a finales de 1943. El resto había sido evacuado o fallecido. Cuando en 1944 el avance de las tropas soviéticas obligó a los alemanes a levantar el asedio para no quedar sitiados ellos, la ciudad estaba salvada. Atrás quedaban esos aterradores días de privaciones en que nadie podía confiar en el prójimo si no quería terminar de la manera más inesperada hecho filetes o cociendo en una olla; tétricas jornadas en las que los caníbales seleccionaban a sus potenciales víctimas mediante miradas desafiantes cargadas de prepotencia mientras el resto de sus hambrientos convecinos, azorados y temerosos, se comportaban ante ellos como poco menos que débiles y enfermos corderos esperando el momento del sacrificio.
Durante el asedio hubo otra historia más reconfortante y emotiva, la protagonizada por el genial músico Dimitri Shostakovich, soprendido en Leningrado por el asedio germano mientras que componía su Séptima Sinfonía (en la última foto) y que fue evacuado junto a su familia en octubre de 1941. Shostakovich dedicó su nueva y pronto popularísima obra http://www.youtube.com/watch?v=lp4444gU8D4 , denominada 'Leningrado', a la ciudad sitiada y el heroico comportamiento de sus gentes. Cuando se estrenó en 1942 para animar a los sodados y civiles rusos que aún soportaban el asedio, muchos soldados alemanes que presenciaron y escucharon el ínmenso júbilo de los sitiados ante los primeros acordes, comenzaron incluso a pensar, en voz alta que "Alemania ya había perdido la guerra".
Aunque hubo otros conocidos episodios de canibalismo en la Segunda Guerra Mundial, algunos relacionados con el Frente Oriental o la Guerra de Invierno en Finlandia, donde algunos soldados soviéticos, aislados en la nieve y desprovistos de alimentos, devoraron a varios de sus camaradas (Foto 2), y, sobre todo, con soldados japoneses que se zamparon a prisoneros aliados o chinos, nada alcanzó ni de lejos lo acontecido en la tétrica Leningrado del asedio. No pocos soldados alemanes cuentan en sus memorias que tuvieron que emplear varios disparos por persona para poder detener a aquellos espectrales seres que llevados por el hambre se acercaban peligrosamente a sus posiciones en busca de comida. Insensibilizados por el frío y lo vacío de sus estómagos, muchos seguían avanzando aún con varias balas en el cuerpo, en pos de unos alimentos que nunca podrían ni siquiera llegar a rozar.
Estas dramáticas escenas han dado lugar a las más peregrinas leyendas urbanas e historias de zombies del más diverso pelaje, espoleadas por algunas webs y blogs estadounidenses (que no reproduzco por su patético contenido) en los que se da como algo cierto y probado la existencia en la antigua capital de los zares de estas bandas de muertos vivientes andantes . Paparruchas!!! Ya se sabía que el asedio de Leningrado generó material más que de sobra para poder rodar grandiosas películas sobre el tema, pero mejor si el que las dirige es Spielberg o Christopher Nolan antes que el bueno de George A. Romero....