No es de extrañar que, tras el castillo de Edimburgo, el Museo y Galería de Arte de Kelvingrove en Glasgow sea el segundo lugar más visitado de toda Escocia, concitando el interés de más de un millón de personas anualmente, y la institución museística de más éxito en el conjunto del Reino Unido exceptuando las que tienen su sede en Londres. En su ordenado y diáfano interior es posible encontrar todo tipo de maravillas relacionadas con todas las disciplinas artísticas, la historia, la cultura, la vida animal y mineral, la evolución, los tesoros de la paleontología, los conflictos sociales e ideológicos, la pedagogía intelectual para los más jóvenes con un impresionante espíritu lúdico tal y cómo nunca se ha ejercido (y me temo que jamás se ejercerá) en nuestro país, en un mágico viaje que transporta a un público de todas las edades a través de un fascinante periplo que recorre desde la formación de las primeras estructuras rocosas de nuestro planeta y la era de los dinosaurios hasta el subyugante (y desconocidísimo por estos lares) arte modernista victoriano, tanto el británico como el puramente escocés, del que Glasgow, entonces segunda capital del imperio tras la inalcanzable Londres, constituía una envidiable metrópoli en la que el mecenazgo a cargo de su rica clase empresarial iba de la mano del buen gusto, el refinamiento y la valiente osadía de los artistas llamados a romper con el pasado más ortodoxo en formas y ambiciones.
No es de extrañar que la joya de la corona de esta bendita casa del saber y la creatividad genial, concebida desde un inicio para arrebatar a quien recorre sus salas, para epatar con sus irrepetibles colecciones de armas del siglo XVIII, su esclarecedor discurso expositivo (que engancha sin apabullar ni empachar) o su cautivadora, por lo variopinta y sorprendente, colección pictórica, sea un cuadro del también inabarcable DALÍ... el conocidísimo 'Cristo de San Juan de la Cruz' que sí, está colgado aquí, cerca de un espléndido lienzo de Lavery en el que se representa la visita de la reina Victoria a la ciudad en 1888, y no muy lejos de la estatua de mi admiradísimo Robert Louis Stevenson, junto al que el cronista posa en un vano intento de recabar algunos de sus inagotables talentos aunque sólo sea por imitar, malamente, su gallarda postura...
Junto a la maravilla daliniana, los mejores representantes de los Glasgow Boys, fascinante escuela pitórica que extrae lo mejor del modernismo y el impresionismo, como en ese colorido brincar de vitales niñas pelirrojas que es 'La danza de Primavera' del siempre refinado E. A. Hortel, o la delicada belleza que rezuman 'Las muchachitas' de Mary Cassatt, ataviadas con sus blancos vestidos tan afines a aquellos que reflejaba en sus obras maestras nuestro Sorolla. Y qúe decir tiene de esa enigmática dama entre pieles atribuida al Greco, el retrato de Alexander Reid obra de nuestro viejo amigo Vincent el Desorejado, las travesuras de esa rubensiana Madre Naturaleza en compañía de unas Tres Gracias tan pizpiretas e inseparables como las rubicundas trillizas porteñas que acompañaban a Julio Iglesias hace ahora una eternidad, el sobrecogedor aire de los desposeídos por el inglés implacablemente abusivo y poderoso en 'The Last of the Clan' de Thomas Faed, o la peculiar y original visión de 'La Anunciación' sugerida por Botticelli...
Obras maestras repartidas aquí y allá en la segunda planta de esta meca de la belleza construida a finales del XIX e inaugurado en 1901, en los estertores del largo reinado victoriano, con la intención de promover la disfunción de la cultura y las artes sobre el mismo solar de la exitosa Exposición Internacional de 1888, conformando un edificio imponente, práctico y no exento de encanto que alberga más de 8.000 piezas de primera magnitud. Reformado hace apenas tres años (y vaya si se nota, para bien), cuenta con una planta semisótano dedicada a grandes exposiciones temporales, generalmente de pago (actualmente está en marcha una bastante espectacular dedicada a ese peculiar y longevo clásico de la televisión anglosajona que es 'Doctor Who'). El acceso al resto de dependencias del museo que, como el precioso e inmenso parque aledaño, rinde homenaje con su nombre al notable físico y matemático irlandés William Thomson, más conocido como Lord Kelvin, es gratis total.
Y si la segunda planta exhibe miles de piezas increíbles y únicas, entre las que no faltan tanto momias y sarcófagos egipicos con todo su ajuar funerario como retazos fabulosos del pasado escocés en forma de impresionantes armas y restos arqueológicos vikingos o neolíticos de la cultura del vaso campaniforme, entre otros, o las figuras a tamaño real de esos seis duelistas elaborados con alambre de acero por el artista local Andy Scott, que empuñan sus armas en idéntica posición a las que adoptaban los espadachines de carne y hueso. O esa armadura milanesa de 1440, una de las mejores en su género en toda Europa, en cuya coraza constan las firmas de los tres maestros artesanos que tuvieron que emplearse a fondo para su realización... Un piso superior unido con la planta baja gracias a las 95 increíbles cabezas flotantes de resina elaboradas por Sophie Cave que recogen todas y cada una de las expresiones faciales humanas, que tan remotamente recuerdan a la inquietante obra de mi paisano Lidó Rico.
Precisamente, la planta baja parece diseñada por y para enganchar irremisiblemente a los niños, y en ello desempeñan un papel esencial los múltiples animales disecados y en forma de fósil o esqueletos que colman sus salas, ordenados, además por categorías de la más diversa naturaleza. Si espectacular resulta el molar de un mamut o el esqueleto del sanguinario Ceratops jurásico, tan similar a los hoy populares velocirraptors, a mí hubo dos que me cautivaron especialmente, pues eran imágenes que tenía guardadas en la memoria desde la niñez, como el ictiosaurio fosilizado que inspiró a Julio Verne algunas de los mejores pasajes de su 'Viaje al centro de la Tierra', o el inmenso ciervo gigante de Irlanda, tristemente extinguido por aquellos mismos cazadores con los que convivió hace apenas 10.000 años. Impresionante resulta también ese capítulo, el de las especies desparecideas por la incuria, la insensible atrocidad y la impiedad de los humanos, como el alca gigante del Ártico, la paloma migradora estadounidense o el simpático y rechoncho dodo de las islas Mauricio...
Y todo ello bajo a la sombra de un soberbio caza Supermarine Spitfire MK XXI de 1944 puesto en vuelo por el 602 Escuadrón de la RAF (el City of Glasgow, como no podía ser menos) y fenomenlamente reconstruido tras accidentarse en 1949, bajo cuyas alas se cobijan entre otros, el elefante Sir Roger, popular paquidermo de origen indio y estrella del zoo de la ciudad, hoy prueba de las auténticas filigranas a las que pueden llegar los taxidermistas... o la impactante osamenta del Barón de Buchlyvie, un inagotable caballo de la raza Clydesdale vencedor en innumerables carreras y vendido en 1911 por la entonces casi inalcanzable cifra de 9.500 libras esterlinas, o también el impresionante cangrejo real japonés (el más grande conocido) o incluso la inolvidable polilla de la muerte que tanto protagonismo alcanzó, muy a su pesar, en 'El silencio de los corderos'. Todo ello, aderezado con los impresionantes diseños modernistas de Charles Rennie Mackintosh http://www.crmsociety.com/default.aspx, conforma, en mi modesta opinión, el paradigma contemporáneo de esa genial invención que fueron las antiguas wunderkammern, aquellos deslumbrantes gabinetes de curiosidades hoy felizmente revividos por todo lo alto a las orillas del proceloso río Clyde.
Este post está dedicado a todas y cada una de las maravillas acogidas en las salas y pasillos del Museo y Galería de Arte Kelvingrove y, como no podía ser menos, a mi querida y admirada Wunderkammer, seguro de que en tan gloriosas estancias sería feliz a rabiar...
3 comentarios:
¡Sushi, qué recuerdos! ¡y qué placer volver a recorrer las salas de este gran museo!
Estuve en Glasgow una semana en el mes de agosto de 1998 y me encantó. L. había estado allí 6 meses completos y fue excepcional guía (a él también le gusta mucho Glasgow pero recuerda con pavor lo desagradable que puede llegar a ser la nieve). Visité el Kelvin Grove y el Hunterian (qué gozada la visita a la casa de Mackintosh, que encima había explicado ese año en clase).
Qué recuerdos de aquellos días y qué chulísimo que es Glasgow, no me esperaba así la ciudad. En Edimburgo estuve solamente un día y aunque es encantadora y genial me sorprendió menos.
Desde luego el Kelvin Grove, aunque todavía sin la reorganización actual, que seguro que está fenomenal, me gustó muchísimo. Me chiflan los museos-Wunderkammern, donde puedes encontrar de todo un poco y un poco de todo. Que ya sé que pueden considerarse un poco demodé y decimonónicos aunque parece que otra vez vuelven a estar de moda.
Recuerdo que desde el punto de vista arquitectónico el museo era muy cómodo de visitar.
Debe ser muy interesante esa nuestra ordenación según temáticas. Qué envidia...
Me gustó muchísimo Escocia. Fuimos en autobus desde Leicester a Glasgow y me encantó poder recorrer todos aquellos paisajes.
¡Cómo me gustaría poder volver otra vez!
Si ya me imaginaba yo que esta pocholada no se te podía escapar... Estoy super a favor de este tipo de museos, del que el Metropolitan de Nueva york sería otro magnífico ejemplo... ¿para cuándo algo así con todas las maravillas que tenemos en la Región de Murcia?
Por cierto, que Edimburgo me enamoró hasta las cachas, muchjo más que Glasgow... sus tiendas, su ambiente, sus calles... y encima, del tamaño de Murcia.... ideal para ser pateada a gusto...
De Glasgow, los museos, la universidad, la zona comercial de las grandes tiendas (me traje todo el Miyazaki que encontré, jajaja), la huella de Mackintosh... y lo parques, que el Kelvingrove también es la repera de chulo (y está prohibido beber alcohol en su interior!!!!)
Qué sitio..qué pasada...esto,,,tenemos el Museo de la Ciudad...pero no es lo mismo verdad?
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