Recuerdo que era un gran motivo de celebración cada sábado por la tarde que la ponían en la tele, después de comer, del telediario y del capítulo de turno de la serie de dibujos que entonces estuviera de moda. No me importaba haberla visto una decena de veces, siempre disfrutaba como un enano, cada vez que 'La jungla en armas' http://www.youtube.com/watch?v=VjhF-TIowlA era la pequeña gran joya elegida por TVE para su espacio 'Sesión de tarde'. Esas eran tardes de jugar en casa de mis abuelos Diego y Jero, donde casi siempre comíamos los sábados. Antes, a modo de un moderno fariseo, yo había cumplido a rajatabla con mi habitual ritual sabatino, que consistía en visitar la biblioteca de la antigua Casa de la Cultura de Alfonso X para leerme cuantos tebeos pudiera, antes de bajarme un rato a pasear por las salas del Museo Arqueológico que acogía en su planta baja. Mientras la mayoría de críos que conocía estaban jugando al futbito o al baloncesto, yo me quedaba extasiado ante las añejas vitrinas, en las que igualmente convivían falcatas, soliferros, regatones y conteras de lanzas, exvotos, puñales y muuucha cerámica de la época ibérica y romana. Pero ante todo, lo que más me gustaba eran esas grandes vasijas argáricas con esqueltos y ajuares funerarios dentro, cuyo contenido miraba una y otra vez fascinado. Lo mío ya era vocación desde pequeñito. Cuando salía del museo, siempre me iba al Corte Inglés o a la Librería Aguaviva a comprarme el tomo semanal de 'El Príncipe Valiente' que publicaba Ediciones B.O. , ya lo que dedicaba, feliz y ufano, la mayor parte de mi paga semanal (rondaba las 200 pts, el mejor dinero que nunca haya gastado nadie!!!).
Era entonces cuando, cargado con mi codiciado tesoro gráfico, volvía a casa de mis abuelos... si aún era temprano, me tomaba con el padre de mi madre un platico de quisquillas recién cocidas y otro de almendricas marconas fritas de primera en lo que entonces era un modesto y entrañable bar donde todos los clientes se conocían, y los camareros ya sabían sin preguntarte qué tapas querías tomar; un estupendo local que con el tiempo multiplicaría su extensión y alcanzaría gran renombre como restaurante, hoy tristemente desaparecido, el Alfonso X....
Al terminar el aperitivo llegaba la hora de volver a casa, a disfrutar de la ensalada y el gazpacho que solía abrir la comida, las legendarias croquetas de pescado garruchero o los jugosos arroces con pollo que preparaba Brígida (con mucho perejil en rama, que siempre me comía yo), las espléndidas tortillas de habas de mi abuela Jero....
Después, en la sobremesa, llegaba la hora de la peli.... muchas de ellas "en glorioso blanco y negro", que diría Pumares (entonces eso no importaba, sólo si era buena o mala), y entre mis predilectas de siempre, siempre estaba la mencionada, un canto a la camaradería, la aventura y la inteligencia, muy en la línea de las pelis que Gary Cooper, su protagonista, rodaba por aquellos años.... pero también un ejemplo de paternalismo colonial y manipulación histórica infumables, y, además, en una época (1939) en que ya se veía venir el enfrentamiento con Japón y se pretendía despertar un espíritu militarista entre los filipinos, para plantar cara al expansionismo nipón por Asia.
Con ese cóctel en mente, el maestro Henry Hathaway dirigió esta entretenidísimo filme de aventuras que nada tiene que envidiar (todo lo contrario) a las pelis de Indiana Jones.... El argumento, apasionante: En la Filipinas de 1906, ocupada por los estadounidenses tras la deblace española de 1898, el ejército norteamericano intenta, a marchas forzadas, poner en marcha a las tropas filipinas que habrán de hacerse cargo de la defensa de las islas cuando los yankees reduzcan su peresencia militar. En ese estado de cosas, el destacamento de la población de Mysang debe hacer frente a las huestes rebeldes del caudillo musulmán Alipang. Este envía a sus juramentados para asesinar a los oficiales americanos, para desmoralizar a los inexpertos soldados filipinos. El médico de la plaza, el teniente Canavan (Cooper), se enfrentará con éxito a los juramentados, a una epidemia de cólera, a las insidias y traiciones de Datu, un malvado jefecillo local que finge ser aliado, y al ataque de los moros insurrectos.
Un punto fuerte del filme era que contaba con un repartazo de impresión.... un fabuloso David Niven como el seductor y valiente teniente McCool, un espléndido Broderick Craford en el papel de Larson (sometido a una muerte cruel por los malvados moros de Alipang traicionado por Datu), la dulce Andrea Leeds y el gran Reginald Owens dando vida al estricto capital Hartley y su hija Linda... el joven Benny Inocencio haciendo de Mike, fiel aunque simplón escudero de Canavan, y el pérfido Datu, otra magistral interpretación de ese increíble camaleón cinematográfico que era Vladimir Sokoloff (que lo mismo hacía de republicano español en 'Por quién doblan las campanas', de mandarín chino, de presidente de la URSS o del avispado viejecico mexicano que sugiere a sus desesperados convecinos que contraten a los Siete Magníficos como mercenarios)...
Escenas para la historia del cine, ese momento en que asediados por los moros, a punto de ser desbordados, Cooper lanza velas como si fueran cartuchos de dinamita y hace huir espantados a los rebeldes musulmanes... o cuando el protagonista amenaza a los moros con ser enterrados envueltos en una piel de cerdo y los otrora aguerridos asesinos se echan a llorar como niños de teta... pero, si por algo creo yo que recuerda la gente 'La jungla en armas' es por los juramentados, los antecesores a la manera del Extremo Oriente de los actuales terroristas suicidas islámicos que se inmolan cargados de explosivos como hombres bomba... Hace apenas un siglo, los moros empleaban argumentos más cortantes y afilados en lugar de C-4 y detonadores... A sus tradicionales lanzas (budiak en tagalo), jabalinas y dardos, se sumaba un impresionante armamento de mano integrado por el kriss (foto 8), de origen malayo y larga hoja de apariencia flamígera con curvas que recuerdan al cauce de un río; el barong (fotos 6 y 7), de hoja ancha y mango con forma de cabeza de ave estilizada; el kampilán (foto 12, espada a dos manos que era el arma blanca más grande y favorita de los moros de la isla de Mindanao a la hora de combatir, junto con las letales panabás: grandes machetes de fina hoja y punta cuadrada también empleados en las decapitaciones), y la pira, típica cimitarra de hoja ancha con una estilizado mango de madera.
A todo ello había que sumar cerbatanas con dardos envenenados, unas cuantas armas de fuego de avancarga obsoletas y elementos de armadura como eran los kupia (cascos), las pakil o corazas moras del sur con placas y cota de malla, los kalasag (escudos alargados dotados de puntas o aristas afiladas y que además de defender servían para golpear con ellos) y los bolos o machetes de hoja recta con punta curva, que posteriormente usarían en el Pacífico los soldados aliados durante la Segunda Guerra Mundial y eran propios de las etnias cristianas de las islas más septentrionales.
Este era el imponente arsenal con el que los moros combatían y con el que los juramentados cometían sus ataques suicidas, como bien refleja la película, que comienza con el cruel asesinato del pobre capitán Manning delante de su mujer, a pesar de que el fanático es cosido a tiros de revolver por el personaje de Gary Cooper mientras perpetra su crimen. Aunque parezcan exageraciones en aras de un mayor dramatismo, lo que cuenta la película se ajusta bastante a los hechos históricos....
Este era el imponente arsenal con el que los moros combatían y con el que los juramentados cometían sus ataques suicidas, como bien refleja la película, que comienza con el cruel asesinato del pobre capitán Manning delante de su mujer, a pesar de que el fanático es cosido a tiros de revolver por el personaje de Gary Cooper mientras perpetra su crimen. Aunque parezcan exageraciones en aras de un mayor dramatismo, lo que cuenta la película se ajusta bastante a los hechos históricos....
Y es que los juramentados, como los actuales suicidas yihadistas, estaban hechos de otra pasta, e imbuidos de ardor religioso en sus acciones. Durante generaciones, los belicosos moros, que así llamaban los españoles a los aguerridos musulmanes que vivían en la rica isla de Mindanao, el llamado archipiélago de Sulú (integrado por las islas de Basilan, Joló y Tawi tawi y los grupos insulares de Tausug, Samales, Bajau o Sarangani), habían evitado con éxito el control efectivo de su territorio porl os españoles, limitados a una soberanía nominal en muchos de los casos, desembocando todo ello en numerosas camapañas militares e iniciativas diplomáticas que se pueden seguir detalladamente en este espléndido enlace... http://www.florentinorodao.com/articulos/art01e.htm#_5._Los_Bangsa_Moros%20desde%20la%20Indepe
Los moros tenían una bien ganada fama de piratas, de estupendos marinos muy hábiles en dar golpes de mano y de combatientes feroces de gran valor en combate. En sus incursiones navales empleaban ligeras y veloces embarcaciones que no eran sino piraguas talladas ahuecando un gran tronco, con un gran contrapeso en el costado de babor y que disponía de una gran vela sustentada sobre un mástil formado por tres palos, dispuesta en un aparejo similar al latino que le procuraba una gran velocidad. Como las bandas de moros solían ser inferiores en potencia de fuego y blindaje a sus rivales, sobre todo los curtidos soldados españoles, solían depender de la astucia, la movilidad, las emboscadas y la sorpresa para derrotar a sus enemigos o tomar al asalto sus reductos y fortalezas. Su táctica más extrema era la ya mencionada de emplear juramentados, una personal manera de entender y practicar ese estilo de Yihad conocida entre ellos (no hablaban ni rezaban en árabe ni tampoco su versión del Corán estaba escrita en esa lengua) como mag-sabil ("el que resiste las punzadas de la muerte") por aquellos jóvenes voluntarios seleccionados por los imames.
Una vez elegidos, el sultán pedía el consentimiento de los padres antes de aprobar la instrucción del futuro mártir para el parang-sabil (el camino al Paraíso). Técnicamente no era un suicidio como tal, prohibido por la religión musulmana, sino una manera de acceder al Jardín del Edén, donde le esperarían 16 vírgenes, vertiendo la sangre de infieles, en una acción que, muy probablemente, le acarrearía la muerte. A continuación, el elegido juraba con una mano sobre el Corán que cumpliría su misión, antes de tomar un baño ritual purificante, tras lo cual se le afeitaba todo el pelo del cuerpo y se le arreglaban las cejas hasta asemejar 'una luna de dos días'. Después, se le enrollaba fuertemente un fajín en la cintura, mientras que con cordeles se le ataban también fuertes en torno a los genitales, tobillos, rodillas, muslos, muñecas, codo y hombros, para generar una compresión que impidiera mucha pérdida de sangre por si era herido durante su misión suicida y para que pudiera culminar su brutal tarea antes de morir. Ello explica la escena referida en que, a pesar de freir a balazos al juramentado, éste consigue asesinar al capitán Manning. Una circustancia que les daba una cuasi diabólica imagen de invulnerabilidad ante los aterrorizados grupos de filipinos cristianos que solían ser sus vícitimas.
Posteriormente, se vestía con una impedimenta blanca y se adornaban con un turbante, y afilaban sus armas. Cuando tenía a tiro a su objetivo, cargaba contra ellos gritando "La ilaha il-la'l-lahu" (no existe más dios que Alá), mientras que empuñaba en cada mano un kris o un barong, o uno de cada. En el improbable caso de que sobreviviviera al ataque, se creía que justo cuarenta años después, su cuerpo ascendería al Paraíso de los musulmanes.
Cuando los americanos expulsaron a los españoles de Filipinas, había en Mindanao unos 265.000 moros por sólo 65.000 cristianos, y ambos grupos sociales desconfiaban uno del otro. Para los españoles y los filipinos cristianos, los moros eran piratas y traficantes de esclavos crueles y traicioneros, mientras que para éstos, los seguidores de la cruz era un grupo de pusilánimes y cobardes que lo único que querían era apoderarse de sus tierras y convertir al cristianismo a sus hijos. Los estadounidenses, más próximos a la cultura y religión de los hispano-filipinos crisitanos, adoptaron esa misma visión del asunto, prlongando en el tiempo el secular conflicto que durante siglos había enfrentado a las dos comunidades. Además, los moros no se fiaban de los americanos, a los que veían no como libertadores, sino como meros usurpadores de uss antiguos dominantes, y se negaban a sentirse 'americanos'.... No en vano, el presidente McKinley había declarado que los yankees no estaban en Filipinas para explotarlas colonialmente, sino para "desarrollar, civilizar, educar y enseñarles a autogobernarse". Menudo cuento de hadas... y es que los moros, viendo amenazado su tradicional modo de vida, sus costumbres y creencias, se negaban a aceptar el que sus hijos fueran obligados a escolarizarse y a ser educados en inglés, renunciar a la piratería y el tráfico de esclavos, abandonar sus costumbres guerreras en favor de la paz entre las tribus y clanes, pagar impuestos, inscribirse en un censo...
Por eso, tan pronto ya como en 1899, cuando las tropas americanas comenzaron a instalarse en diferentes localidades de Mindanao, inicialmente de manera pacífica, comenzaron los problemas y los enfrentamientos, con unos primeros balances, de 80 moros muertos por cada dos americanos de media, que les hicieron ver que nada tenían que ver con los timoratos hispanofilipinos a los que solían aterrorizar. En ese mismo año estalló también la guerra de liberación filipina, que buscaba la independencia del poder yankee, y que duró hasta 1903, con miles y miles de bajas entre los filipinos de uno y otro lado (tremedamente tristes resultan las fotos de filipinos muertos en defensa de su libertad a manos de sus 'libertadores', como la antepenúltima y penúltima del post), con muy escasas bajas estadounidenses dada su implacable superioridad de medios (cerca de 20.000 militares filipinos por 4.234 estadounidenses, la mayoría de éstos por causa de la malaria, y entre 200.000 y a más de un millón de civiles de una población que a comienzos del siglo XX rondaría los nueve millones, de los que no pocas personas eran familia de quien esto escribe). Devastador en lo demográfico, y más aún en lo social y lo cultural, pues buena parte de los filipinos que cayeron bajo las balas, violaciones y pillajes de los soldados yankees pertenecían a la élite más culta y españolizada, aquella más dispuesta a rebelarse en defensa de sus legítimos derechos. A esos mismos que era necesario erradicar para imponer sin trabas el inglés como lengua oficial del archipiélago, que habría de permancer como una colonia hasta 1946... quién sabe si aún lo seguiría siendo de no haber mediado la ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, los indómitos moros, atrincherados en sus fuertes de bambú llamados cotas, rodeados por fosos y de estacas afiladas, bajo la protección de sus antiguos cañoncitos de bronce ricamente labrados llamados lankatas, y otras pequeñas facciones guerrilleras cristianas continuaron con la lucha hasta su casi total exterminio en 1913, año de la 'paz' definitiva... De las increíbles prestaciones combativas de los juramentados dan idea algunos episodios, como cuando uno de ellos encajó siete balazos de revolver antes de llegar junto a un oficial americano (sus 'presas' favoritas) y cortarle de un tajo una pierna. Otro consiguió matar a tajos a siete soldados en las calles de Jolo, la gran capital de los moros, antes de ser achicharrado a disparos.
Quedaba claro, pues, que las armas de fuego, especialmente los revólveres del calibre 38 de los oficiales (fotos 20, 21 y 22) carecían del necesario 'poder de detención' frente a los juramentados, sobre todo antes de que pudieran infligir algún daño con sus armas. La solución pasaba por un cambio de las armas reglamentarias, especialmente los revólveres, que dejaron paso a un prodigio de la técnica, obra de John Moses Browning, llamado a ser una leyenda en el universo de las armas, la pistola Colt 1911 del calibre 45 (fotos 23, 24 y 25) cuyo cargador acogía, además, un cartucho extra (siete) frente a los seis del tambor de los revólveres, al que se unía otro en la recámara. La semi-automática devolvió la confianza a los estadounidenses, y demostró unas propiedades estupendas para cualquier escenario en el campo de batalla. A modo de anécdota, indicar que las pruebas frente a los denostados revólveres del calibre 38 se realizaron disparando a vacas, cerdos, e incluso cadáveres colgados en el aire, para comprobar de una manera totalmente práctica los efectos en sus cuerpos.
Que el arma gozó de una merecida popularidad entre las tropas de Filipinas nada más ser adoptada, la pone de manifiesto el fabuloso y conocidísimo cuadro del artista Hugh Charles McBarron Jr titulado 'Knocking Out the Moros', una de las afamadas catorce pinturas en la que recreó momentos épicos de la historia del US Army, en este caso una de las múltiples escaramuzas que enfrentó a los aguerridos moros, obsoletamente equipados, con las tropas yankees, y en la que el oficial esgrime su flamante Colt 1911 dispuesto a hacer buen uso de ella mientras sus hombres despachan a la morisma con sus rifles Krag-Jorgensen con las bayonetas caladas.
A la hora de combatir a los moros, las tropas estadounidenses aplicaron una mentalidad, tácticas y medios muy similares a lo empleado en los combates contra las tribus indias unas pocas décadas atras. Lógico, si pensamos que en 1901, en plena guerra entre filipinos y norteamericanos, tan sólo hacía 25 años de la derrota de Custer en Little Big Horn, sólo 15 desde la rendición de Jerónimo, y apenas 11 años desde la última masacre de nativos amerindios, la cometida sobre los sioux en Wounded Knee en 1890. Entre los militares de más amplio historial se encontraba el entonces todavía capitán John Joseph Pershing, que a sus 40 años era todo un veterano de las Guerras Indias y de la de Cuba, donde había combatido en la bstalla de las Lomas de San Juan, y que años después perseguiría con sus fuerzas dentro de territorio mexicano sin ningún resultado al mismísimo Pancho Villa, antes de ser nombrado el jefe supremo de las tropas estadounidenses enviadas a combatir en Europa durante la Primera Guerra Mundial.
Pershing participó con éxito en diversos combates contra los moros y dirigió la toma a cañonazos de más de 50 de sus cotas, en acciones que se saldaron con centenares de muertos entre los musulmanes filipinos sin apenas bajas entre los yankees. Partidario, pese a todo, de una política de integración y apaciguamiento, que le llevó a compartir partidas de ajedrez con los Datu o jefes locales y celebrar con decenas de ellos las festividades del 4 de julio, terminó considerando a sus adversarios filipinos tan obstinados e inadaptables como lo habían sido décadas antes los mismísimos apaches. Otro militar de armas tomar fue el coronel Alexander Rodgers, del Sexto de Caballería, demostró muchos arrestos a la hora de combatir a los juramentados, envolviendo sus cuerpos y enterrándolos con una piel de cerdo en fosas comunes, idea que otros le copiaron metiendo directamente la cabeza cortada de los moros ya abatidos en tan 'impuro' receptáculo. Desde la primera aplicación de estas medidas, se pudo comprobar su gran eficaica disuasoria, y descendió muchísimo el número de ataques de juramentados. No es de extrañar que a Rodgers, los moros le llamaran 'cariñosamente' 'El Cerdo'. Un espisodio recreado en la película, y que el astuto personaje interpretado por Gary Cooper emplea para 'hacer cantar' a un juramentado que consiguen capturar vivo.
A Pershing, condecorado por sus 'hazañas militares' contra la insurgencia musulmana y llamado de vuelta a Estados Unidos, le sustituyó otro veterano de la Guerra de Cuba, el intransigente mayor general Leonard Wood, médico que había estudiado en Harvard, para quien los moros, pese a su indudable coraje, no eran más que una depravada raza de piratas, bandidos y forajidos que sólo podían ser tratados con mano dura. Continuamente repetía eso de que "cualquier concesión que se les hiciera, sería un error'. También criticaba las tácticas del enemigo, al que consideraba estúpido por atacar de día y a campo descubierto, expuesto a ser barrido por las armas de fuego americanas, en lugar de optar por incursiones nocturnaso al abrigo de las selvas, ya que eran expertos organizando emboscadas.
Wood comandó algunas de las acciones militares más sangrientas contra los insurgentes moros, cuya desproporción provocó las críticas en la prensa del mismísimo Mark Twain, que no podía entender cómo se podía considerar una épica victoria el machacar a cañonazos durante tres o cuatro días a centenares de rebeldes, mujeres y niños incluidos, atrapados en sus inaccesibles refugios. Panglima Hassan y Dato Ali son dos de los jefes guerrilleros más importantes a los que acorraló y mató merced a sus tácticas, como también hizo con Jikiri, un preligroso bandido. En marzo de 1906 tuvo lugar la conocida como 'La batalla de las nubes', por lo elevado del lugar, el cráter del extinto volcán Bud Dajo, donde perecieron más de 600 rebeldes por tan solo 21 muertos y 73 heridos estadounidenses. Pero, como habría de suceder unas décadas más tarde en las junglas y arrozales vietnamitas, tanto exceso y abuso llamó la atención de la opinión pública estadounidense, lo que provocó el relevo de Wood y el urgente regreso de Pershing al archipiélago.
Tras un período de relativa calma, con pequeñas escaramuzas, en el verano de 1913 se concentró en las inmediaciones de la montaña de Bud Bagsak una gran fuerza integrada por entre 6.000 y 10.000 guerreros musulmanes, el mayor desafío hasta entonces afrontado por los estadounidenses desde su conquista de las Filipinas. Tras cuatro días de intensos combates, que tuvieron lugar del 11 al 15 de junio, el 8º Regimento de Infantería y los Exploradores Filipinos pusieron en fuga al enemigo, tras causarle más de 600 muertos y millares de heridos, a cambio tan solo de 14 fallecidos y 11 heridos yankees. Fue el canto de cisne del poderío moro, cuyos líderes optaron desde entonces por una política de paz y sometimiento. Las Filipinas quedaban definitivamente pacificadas hasta el estallido de la guerra entre el Imperio Japonés y los Estados Unidos.
De la importante amenaza que siempre supusieron para el control de las Filipinas y sus mares aledaños los belicosos moros, da idea el comentario del embajador japonés en España durante los fastos del Quinto Centenario, reconociendo públicamente que "de no haber detenido los españoles la expansión del islam en las Filipinas, el Japón también sería hoy un país musulmán". Sirva esta atinada reflexión como merecido homenaje a esos risueños y valientes soldados españoles de la última foto del post que, durante generaciones y pesar de carecer de los medios adecuados y ser presa de todo tipo de enfermedades tropicales, mantuvieron a raya, junto a sus congéneres de la Armada, a tan formidable enemigo.
Buena prueba de la fascinación que generaron los juramentados entre los escritores, periodistas y artistas de medio mundo la constituye la estupenda aventura con guión del gran Víctor Mora en la que nuestro invencible Capitán Trueno las pasaba canutas luchando contra una banda de estos peligrosos fanáticos....
Tras la independencia de Filipinas, son varios los movimientos armados musulmanes que se consideran los herederos de sus antepasados moros en su lucha por escindirse del resto del país y crear en Mindanao su propia Nación Islámica o Bangsmoro: el Frente Moro de Liberación Nacional, que llegó a un acuerdo de paz y reinserción social con el Gobierno, del que se escindió en 1984 el Frente Moro Islámico de Liberación, también inmerso ahora en conversaciones de paz; el Pentágono en Mindanao central; Abu Sayyaf, directamente relacionada con Al Qaeda, y la Jemaah Islamiah, instalada en el resto del Sureste de Asia. Estas dos últimas bandas guerrilleras abogan por el secuestro y la ejecución de ciudadanos, turistas, religiosos y cooperantes europeos, y por el asesinato de cristianos filipinos, y tienen en jaque al ejército del país, al que resplada militarmente, de momento muy tibiamente, la antigua potencia colonial. Se calcula que las acciones de estos movimentos armados han provocado el éxodo de 400.000 refugiados y la muerte de más de 160.000 personas.
Este post está dedicado al Mayor Reisman y su fantástico blog de cine bélico e histórico, con el que tanto se aprende y se disfruta. VA POR USTED MAESTRO Y POR ESE CANTO A LA MÁS EMOCIONANTE AVENTURA QUE ES 'LA JUNGLA EN ARMAS'.
5 comentarios:
Niño, lo tuyo no es un post, es un documental de National Geographic...que hacen los americanos que no te fichan, chico...cuánto sabe mi marianico!
¿Pa cuando el libro? ¿Pa cuando el libro? ¿PA CUANDO EL LIBRO????
Maestro, me quito el cráneo. La infancia española se merece unos libros de texto escritos por alguien como tú para sacarles de su ignorancia a base de apasionados relatos, precisos datos, fluida prosa y el inquebrantable espíritu de fondo del amor por la Historia y el Saber.
Un abrazaco.
Me sonrojáis ambos con tanto inmerecido halago, 'blackcafeteros' de mis amores (que recibo encantadísimo, jajaja)... pero es que me parece tan injusto (y empobrecedor) que a los estudiantes de Historia ni se les comente la epopeya que supuso la presencia española en Filipinas... o cómo fenómenos como la guerra de Vietnam (algunas fotos de las tropas useñas son perfectamente intercambiables con las de 1968 en Khe Sanh) o la yihad a base de 'terroristas suicidas' tuvieron un precedente de varias décadas....
Antoine, la culpa de tó la tienen los ingleses por escribir esos libros tan flipantes que me contagian su forma de ver y relatar los acontecimientos... Súmale haber sido alumno del siempre venerado D. Antonino González-Blanco, y la ecuación va tomando forma...
A ver si alguien se estira con lo del programa o el libro... por soñar... besos y abrazos mil....
tres interessant, merci
De rien!!!!
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