miércoles, 24 de junio de 2009

Hoy es 25 de junio...



















































































































































































































































































































































































Tenía ya una herida en el antebrazo derecho y un balazo en el costado izquierdo cerca del corazón, pero fue el tiro que recibió en esa parte de la cabeza el que terminó con él y descarta la muy extendida tesis de un probable suicidio. Frente a lo épicamente inmortalizado en la leyenda, no fue uno de los últimos en morir. Tampoco de los primeros. Antes de perecer, aún quedaban en pie unos 40 hombres y él había disparado al menos 17 cartuchos con su carabina Remington y algunos tiros de pistola, todo en vano. Bastantes más de los que pudieron efectuar muchos de sus hombres. Con él moría una de las grandes esperanzas del Partido Demócrata por hacerse con la Presidencia del país. En el Little Big Horn no sólo cayeron un buen puñado de militares estadounidenses, sino que también, como sucedió con otros hipotéticos candidatos a hacer historia en la Casa Blanca, como Joe Kennedy durante la Segunda Guerra Mundial, desaparecía uno de esos personajes llamados a provocar revolucionarios cambios que, finalmente, languidecerían olvidados en el repleto cajón de las utopías.

Al teniente coronel George Armstrong Custer, paradójicamente un defensor de los indios en muchos aspectos y contrario a las prácticas abusivas contra ellos, que popularmente le conocían como 'Cabellera Rubia' (Tsêhe'êsta'éhe, 'cabellos largos' para los cheyenne), seguramente le mató su ambición política, su tradicionalmente desmedida autoconfianza en sus posibilidades, el subestimar al enemigo, probablemente por unos malos informes previos de inteligencia, y, cómo no... ese factor a veces tan nimio, otras tan decisivo, como es en la guerra el 'error de cálculo'... el siempre presente maldito 'error de cálculo' y sus catastróficas consecuencias.... Su formación política iba a escoger a sus candidatos a la Presidencia del país durante la celebración misma del primer centenario de la nación, el 4 de julio de 1776... así que apenas contaba con 10 días para obtener y rentabilizar un triunfo, a buen seguro decisivo, y hacerse con la nominación entre las aclamaciones de sus partidarios....

¡Ah, las prisas!... Esas mismas que le llevaron a dividir contra toda lógica las fuerzas de su regimiento, el legendario Séptimo de Caballería, en tres columnas... las prisas que le hicieron renunciar a llevar consigo unas ametralladoras Gatling que, bien es cierto, le retrasarían, pero que le habrían salvado la vida a él y a los hombres a su cargo, segando, en cambio, como guadañas la de sus emplumados enemigos. Había que acabar con esa peligrosa reunión de indios hostiles a las orillas de dos pequeños ríos de Montana... seguramente el mayor campamento nativo jamás reunido, con cerca de 1.000 tiendas que acogían a entre 6.000 y 9.000 indios de todas las edades, y de las naciones lakota (sioux) en sus tribus hunkpapa, minneconjou, sans arc, oglala y brulé; sihasapa (pies negros) y cheyenne, unos 1.800 de ellos guerreros, con tan solo 5 arapaho, liderados éstos por el belicoso Waterman, y que contaban en sus filas con bravos y jefes tan legendarios como los lakota Crazy Horse, Gall, Red Horse, Standing Bear, Amos Bad Heart Bull, Fool Bull, Rain in the Face, Short Bull, He Dog, One Bull (sobrino e hijo adoptivo del más grande y sabio de todos, Sitting Bull), No Two Horns, Black Elk, Crow King, el medio arikara-medio cheyenne White Elk, los cheyenne Wooden Leg, Two Moon, Scabby, Little Bird, Crazy Head, Lame White Man, Sun Bear, Young Little Wolf, Noisy Walking, el mitad pie negro-mitad cheyenne Left Hand, e incluso aguerridas indias como la lakota Moving Robe Woman o la cheyenne Yellow Nose, que tomaron parte en los ataques a los 'cuchillos largos' (paradójicamente, Custer había ordenado a sus tropas dejar en sus barracones los sables, por considerarla un arma poco práctica y ruidosa para esta campaña contra los salvajes de las Grandes Praderas).


Casi cuatro mil soldados organizados en tres columnas al mando de Crook, Gibbon y Terry, armados hasta los dientes y bien dotados de artillería y ametralladoras, se dirigían a la caza de un enemigo al que duplicaban en número pero multiplicaban por veinte en potencia de fuego. El ansioso Custer estuvo a punto estuvo de perderse esta última gran campaña de las guerras indias. Había tenido el coraje de denunciar el maltrato que recibían los nativos americanos en sus reservas (el causante de esta última sublevación) por parte, entre otros prebostes de Washington, y del mismísimo Orville Grant, hermano del presidente de Estados Unidos. Sólo la intervención en su favor de generales tan prestigiosos como Sheridan o Sherman logró el milagro de poner de nuevo a Custer al frente de su regimiento, a pesar de las críticas con las que le mortificaba la prensa partidaria del Partido Republicano.

Los indios andaban levantiscos porque se habían incumplido todos los tratados que delimitaban su territorio, siendo imparable la marea de colonos, buscavidas, comerciantes y mineros que vulneraban sus tierras. Como gran objetivo, la posesión de las Colinas Negras (entre Dakota del Sur y Wyoming), sagrado santuario para la poderosa nación lakota, donde el descubrimiento de yacimientos de oro en 1874 había estimulado la codicia de los blancos, deseosos de hacerse con la posesión definitiva de tan emblemático lugar. Acorde con esos canallescos deseos expropiatorios, el presidente Grant dio un ultimatum a las naciones indias para que se recluyeran en las reservas que les habían sido asignadas antes del 31 de enero de ese mismo 1876, si no querían ser considerados 'hostiles' por el ejército.

Custer, curtido en combatir a los 'salvajes', como había demostrado en batallas como la masacre del Río Washita http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_of_Washita_River, respetaba mucho a los indios (salvo en aspectos de su cultura como las torturas y las mutilaciones) y contaba con un nutrido grupo de exploradores indios a sus órdenes (cerca de 40), pertenecientes a naciones como los cree, arikara o crow, enemigas de aquellas a las que se quería domeñar. Entre aquellos en los que más confiaba estaban el arikara Bloody Knife (señalando con el dedo en la foto 5), fallecido en el grupo liderado por el mayor Marcus Reno, o un grupo de crow entre los que estaban el mestizo Mitch Boyer (que murió junto a Custer tras advertirle en vano de que había demasiados enemigos para salir victorioso) Hairy Moccasin, White Swan, White Man Runs Him, Half Yellow Face, Goes Ahead y un jovencísimo Curley, de apenas 20 años, el único de los hombres que acompañaba al teniente coronel que se libró de perecer en la batalla (foto 15). Todos avisaron a Custer de que en el campamento a orillas del Little Big Horn había más indios de los que podría vencer, pero no les hizo el menor caso, convencido de una fácil victoria amparándose en el factor sorpresa.

A pesar de estar felizmente casado con Libbie Custer (de soltera, Elizabeth Bacon...curioso nombre de claras reminiscencias políticas en nuestro país), con la que no tuvo descendencia y que tanto defendió su memoria tras su muerte a manos de los indios, al impetuoso militar hay quien le atribuye una relación con la cheyenne Monahseetah http://en.wikipedia.org/wiki/Monaseetah, una de las mujeres capturadas en el Washita, con quien presuntamente habría tenido un hijo, y prueba evidente de sus estrechos lazos con los nativos. A Custer también se le atribuye el pensamiento de que "si fuera un indio, preferiría antes vivir libre en las praderas que atrapado dentro de una reserva".

Es bastante probable que muy pocos indios reconocieran ese 25 de junio a Custer una vez muerto: además de ir vestido competamente de ante en lugar de uniforme, como uno de sus exploradores, acababa de cortarse bastante su famosísima melena. Se sabe que, como todos sus hombres, fue desnudado y desprovisto de sus armas... pero, a diferencia de la gran mayoría de éstos, no fue escalpado para privarle de su cabellera ni tampoco mutilado (práctica que pretendía intimidar a los enemigos, pero, sobre todo, hacerles vagar eternamente sin descanso por las praderas y que realizaban en muchos casos las mujeres de los guerreros como venganza) sino que, según recoge la tradición oral de los nativos, dos mujeres cheyenne taladraron con sendas agujas sus tímpanos para permitirle oír mejor en la otra vida y tan solo le cortaron un dedo.

Y eso que había cargado confiado contra esa inmensa aglomeración de tipis que albergaban a miles de indígenas, creyendo que pillaría desprevenidos y dormidos a los guerreros. Su plan, extremadamente sencillo, pretendía acorralar a los combatientes, provocar la dispersión de los cerca de 30.000 ponies indios que pastaban cerca del campamento y capturar a los miles de mujeres y niños que componían el grupo principal de los rebeldes, que una vez en su poder, frozarían la rendición de los combatientes. Pero minusvaloró al enemigo...¡ah, el temido error de cálculo! y, para mejor rodear a sus oponentes, decidió dividir sus fuerzas en tres columnas. Custer se había plantado a tan solo 15 millas del gigantesco asentamiento al frente de las doce compañías en las que se integraban 30 oficiales, 566 soldados (muchos de ellos de origen irlandés -de ahí que el popular Garry Owen fuera el himno oficioso del regimiento http://www.youtube.com/watch?v=nikMneu7H90 -, inglés o prusiano... o italiano ...como el joven corneta Giovanni Martini-John Martin para sus compañeros- que salvó la vida al ser despachado del campo de batalla con un mensaje de Custer al capitan Benteen en el que se podía leer: "Benteen venga. Gran campamento. Venga rápido. Traiga la munición. P.D. Traiga la munición”), 15 civiles armados y sus cerca de 40 exploradores nativos. En su base de Fort Lincoln (Kansas) se habían quedado el propio coronel del Séptimo de Caballería y los otros 163 hombres (incluida la banda de música) que completaban su dotación. Cada uno de los jinetes uniformados llevaba una carabina monotiro Springfield con 100 proyectiles por arma, de mucho mayor alcance y precisión que los pocos rifles de repetición Henry y Winchester que poseían los indios, así como un revolver Colt con 25 balas. Con tanta munición, podían matar a cada indio de los presentes más de treinta veces.

Custer tomó bajo su mando a las compañías C, E, F, I y L, con 210 hombres, para atacar el centro del campamento. Atrás dejó al capitán McDougal con la compañía B y 175 hombres, al cuidado de las mulas de carga en las que se encontraba la mayoría de la munición.

El mayor Reno, un reputado veterano de guerra, al frente de las compañías A, G, M con 175 hombres, fue el encargado de atacar primero el campamento desde su vertiente norte para cerrar la huída por la cara sur, pero, contra lo previsto por Custer, fue primero repelido y después perseguido por varios centenares de guerreros indios que defendían a muerte a sus familias allí acampadas. No le quedó más remedio que resistir atrincherado durante dos días hasta que llegaron refuerzos y la presión del enemigo perdió fuelle. El gran campamento indio se disgregó en pequeños grupos que se dispersaron la misma tarde del día 26 ante la inminente llegada de Terry y Gibbon, que se produjo en las primeras horas del 27 de junio. Si Reno salvó su vida y la de sus hombres en primera instancia fue porque muchos de los guerreros que le perseguían prefirieron atacar a los infortunados hombres al mando de Custer una vez que quedaron aislados.

El capitán Frederick William Benteen, al frente de 120 hombres de las compañías D, H y K , a quien no pocos acusan de provocar el exterminio de Custer y sus hombres debido a la demora y la parsimonia (¡¡¡hasta paró a abrevar los caballos!!!) con la que acudió en su ayuda, éncabezó la tercera columna; aunque a la vista de lo que estaba sucediendo, decidió unir a las fuerzas de Reno y atrincherarse juntos a la espera de ayuda. Seguramente salvó así a sus hombres, pero quedó desacreditado ante muchos de sus compañeros de armas por abandonar a su suerte a su teniente coronel y las compañías a su mando.

Lo que Custer ignoraba es que tan sólo ocho días antes, el 17 de junio, el principal contingente de guerreros indios al que se enfrentaba ya había combatido con éxito contra las tropas estadounidenses al mando de Crook en la llamada Batalla del Rosebud, en la que los bravos liderados por el lakota de los oglala Crazy Horse (Thasunke Witkó) frenaron en seco a las tropas de Crook (que también contaba entre sus fuerzas con 300 indios crow y shoshone a su servicio), a pesar de su evidente inferioridad en medios y armamento y de su cansancio, tras una larga y agotadora marcha. Crook tuvo 36 muertos y 63 heridos por los 10 muertos y 21 heridos de sus adversarios, que, desde entonces tuvieron su moral por las nubes, pero que, sobre todo, impidieron al derrotado unir sus fuerzas al impaciente Cabellera Larga....

Custer había llevado consigo a Vic y Dandy, sus dos caballos favoritos, ambos de capa castaño oscuro. Vic, que era el que montaba en el momento del combate, no sobrevivió a la batalla (muchos de los hombres bajo su mando mataron a sus monturas para emplearlas como parapeto en los momentos finales, pero es improbable que Custer hiciera lo propio con su adorado purasangre), mientras que Dandy, mantenido en reserva con los animales de carga, fue enviado al padre de Custer en memoria del fallecido.

Es probable que, ante la gran tragedia en que había sumido a su regimiento, Custer se preguntase qué había fallado, si unos años antes la táctica de cargar con tres columnas diferentes contra el campamento del jefe cheyenne Black Kettle en el río Whasita había funcionado a la perfección... Pero claro, no es lo mismo atacar con gran superioridad numérica a un pequeño campamento lleno de mujeres y niños que intentar engullir de un solo bocado la gigantesca piedra de molino que era el gran asentamiento indio a la orilla del Little Big Horn...

Como es sabido, junto a Custer sucumbieron todos sus acompañantes, separados en diferentes grupos. Algunos de los soldados fueron aniquilados por la espalda, mientras huían desesperados, Unos pocos se suicidaron, para evitar caer en manos de los salvajes, temerosos de sufrir torturas y crueles mutilaciones y otras insoportables vejaciones. Con Custer, apenas un centenar resistió la última carga de los nativos... En media hora había terminado todo.... Ah!!! la impaciencia y el insidioso error de cálculo... (Uno no puede menos que maravillarse del homenaje -tremendamente crítico- al sangriento fin de Custer que presenta John Ford en su inmortal 'Fort Apache'... qué peliculón y cómo denuncia tantas y tantas arbitrariedades en el seno de su amada Caballería...http://www.youtube.com/watch?v=5d3a_gKeeZk). Según iban cayendo los soldados, los atacantes aprovechaban sus armas de fuego reglamentarias, que complementaban a sus viejos y mil veces reparados fusiles de avancarga, a sus letales arcos y flechas (de corto alcance, dado su mediano tamaño para poder disparar a lomos de los caballos, lo que obligaba a los indios a tener que acercarse y exponerse mucho al fuego de los soldados), sus lanzas y hachas, con las que remataban a los casacas azules heridos....

Con el impulsivo teniente coronel cayeron 12 oficiales, 193 soldados y 4 civiles: Boston Custer, su hermano pequeño; su sobrino Harry Armstrgong Reed; el corresponsal de guerra Mark Kellogg, del Bismarck Tribune; y el ya mencionado Mitch Boyer. Entre las bajas militares, también se contaba otro de sus hermanos, el capitán Thomas Ward Custer, que mandaba la compañía C y fue cosido a flechazos, escalpado y desventrado; su cuñado el teniente James Calhoun, casado con su hermana Maggie Custer; o uno de los más brillantes y aguerridos soldados de todo el regimiento, el capitán de origen irlandés Myles Walter Keogh, cuyo pequeño destacamento fue barrido mientras intentaba reunir y proteger a los grupos de soldados que habían quedado dispersos tras el primer ataque. A Keogh, cuya memoria guarda y honra este estupendo blog http://www.myleskeogh.org/ del que provienen algunas de las fotos aquí expuestas, le sobrevivó su espléndido caballo Comanche (foto 14), el único ser vivo participante en la carga de Custer que salvó el pellejo (aunque herido por algunas flechas) y que, tras ser curado, gozó de una plácida existencia como mascota del regimiento. Incluso Walt Disney dedicó una película de esas que emitía Disneyland ("El mundo es cascada de colores....mágico mundo de colores"...) y un cómic para reflejar su historia...

Otros 55 hombres del Séptimo de Caballería y 3 exploradores indios (Bob-Tailed Bull, Little Brave y el citado Bloody Knife, cuya cabeza reventó de un disparo y salpicó con buena parte de su masa encefálica la cabeza de un impresionado Reno) fallecieron a los órdenes de éste y de Benteen, y otros 60 más fueron heridos, para un total de 268 bajas mortales: 16 oficiales, 242 suboficiales y soldados y 10 civiles, entre los que también hay que contar a Charley Reynolds, jefe de los exploradores, y a Isaiah Dorman, intérprete indio de raza negra, abatido y escalpado atrapado bajo el peso de su caballo muerto, tras haber derribado a un indio de un disparo.

A todos ellos los recuerda el monolito troncocónico erigido en el mismo campo de batalla, con sus nombres grabado en el mismo... un mítico escenario que rememora dónde cayó cada soldado con una pequeña lapidita blanca... a las que se han sumado en los últimos años otras de color marrón que recuerdan a los guerreros nativos caídos "por defender su modo de vida", tal y como recuerda la tradición conservada generación tras generación por sus familiares. Sobre el lugar de la última resistencia de Custer aún quedaban un año después los esqueletos de los caballos muertos que habrían de servir de parapetos a sus jinetes (foto 16). En total, se estima que perecieron en torno a los 150 indios y otro tanto fueron heridos. Esta 'corrección política', impensable hace unos años, es evidente incluso en la página web del propio Little Big Horn Battlefield National Monument http://www.nps.gov/libi/ , en cuya presentación también se lee eso tan apañado de que "este área recuerda uno de los últimos esfuerzos armados de los indios de las Praderas del Norte para preservar su modo de vida".... Sin comentarios....

Y frente a la autoconfianza exacerbada y las prisas de Custer, la sobriedad de Sitting Bull (Tatanka Yotanka), el gran hombre medicina de los lakota hunkpapa cuyo liderazgo, sin ser puramente un jefe de guerra, unía mas que el mejor de los adhesivos, a los últimos e irredentos pueblos indígenas de las Grandes Praderas. Él también tenía una familia que ciudar y alimentar, como Custer, y para ello no dudó incluso en trabajar en el Gran Circo del Oeste con Buffalo Bill Cody interpretándose a sí mismo. Tras la gran victoria india, vendría la tanto tiempo esperada venganza de los blancos, que habría de costarle la vida a algunos de los principales caudillos nativos el día de la masacre de Custer. En 1877, Crazy Horse era traicioneramente asesinado al ser atravesado por la espalda por las bayonetas de varios soldados que argumentaron que el vencedor de las batallas del Rosebud y del Little Big Horn, que poco antes se había entregado a las autoridades al frente de su tribu, estaba intentando escapar. Una burda revancha por lo acontecido a Custer y sus hombres apenas un año antes.

Por su parte, Sitting Bull fue asesinado de un disparo en la cabeza el 15 de diciembre de 1890, a la edad de 59 años, durante una pelea entre sus seguidores y la policía india, que acabó a tiros. Tan solo dos semanas antes de la terrible masacre que aconteció en Wounded Knee y que puso fin a las Guerras Indias, a costa de la vida de los pobres lakotas a cargo del jefe Big Foot (cómo impresiona todavía la foto de su cadáver rígido sobre la nieve) http://es.wikipedia.org/wiki/Masacre_de_Wounded_Knee y que se saldó con 135 nuevas víctimas inocentes.
Triste e indignante epílogo a más de cuatro siglos de exterminio sistemático desde que los primeros colonos británicos habían desembarcado en las costas de Norteamérica, en busca de una nueva tierra de promisión en la que les sobraban sus molestos habitantes primigenios, sus verdaderos amos. Ya hubieran querido los nativos norteamericanos haber recibido el trato que tanto españoles como franceses, a pesar de sus muchos abusos y no pocas matanzas arbitrarias, habían dispensado habitualmente a los nativos que habitaban los territorios sujetos a su soberanía. Al menos, les quedaba el consuelo a las naciones indias, condenadas desde 1760 al exterminio, de haber protagonizado aquel 25 de junio de hace 133 años una jornada memorable con la que poder reivindicar su autoestima, su inmensa riqueza antopológica y cultural, así como las glorias de un pasado aún reciente, tal y como refleja la recreación de la batalla sobre una piel de bisonte que pintó uno de sus participantes, el lakota Kicking Bear (Mato Wanartaka) 22 años después del legendario combate y que abre este post. En ella, Custer yace muerto vestido de ante, con una larga melena rubia (obviamente, el artista no es fiel en este detalle) mientras los espíritus de los muertos, representados por siluetas vacias sin colorear, abandonan el cuerpo de los soldados abatidos... una cruel metáfora de los que el futuro le deparaba a las otrora todopoderosas naciones indias de las Grandes Praderas, cuya gloria y esplendor sólo perduran en los relatos e historias que se cuentan en torno al fuego en una noche de verano.... ¡Ah, el maldito error de cálculo...!

6 comentarios:

Antonio Rentero dijo...

Prime!!!

;-)

"Los indios andaban levantiscos"

Me encantan esas expresiones... tan decimonónicas... eres grande, muy grande, y lo mejor de todo no es que seas sabio, ameno y didáctico, es que contribuyes al enriquecimiento intelectual y humano de quienes te leemos con devoción.

Queremos más.

sushi de anguila dijo...

Un poquico decimonónico sí que soy, jajaja.... Me atribulas con tanto piropo inmerecido, maestro Rentero, pero... da un gustico leerlos...!!!

Como dicen los de Aquarius, "el ser humano es (un cabrón) extraordinario"... y sólo basta rememorar las cosas que pasaron para conformar una entrada de lo más (espero) interesante....

De todas maneras, siempre lo repito a la saciedad, y sin caer en el falso halago... lo que contribuye al 'enriquecimiento' de este blog es la gran calidad, en todos los sentidos, de sus comentaristas y lectores... Jau!

Athena dijo...

Pozo de sabiduría, eso es usted.

Gracias por compartir estas historias tan bien contadas con nosotros.

Me uno a don Antonio Rentero: queremos más.

Athena dijo...

Por cierto, me encantan los nombres de los indios.

Martha Cold dijo...

Dear Sushi, es que te leo y no puedo dejar de imaginarte jugando con esos muñequitos de indios y vaqueros que tanto se llevaban en nuestra época en lugar de los horrendos e insustanciales gormitis de ahora...

De nuevo una lectura apasionante de un pedacito de historia que, de no ser por ti, seguramente nunca conocería.

Gracias mil por deleitarnos e instruirnos en tan interesante tema...

Besos mil!!

sushi de anguila dijo...

Gracias a vosotras, Martha y Athena... bien está si es que esto os entretiene... Próximamente, algún día hablaré del verdadero origen de esta afición/devoción mía por los indígenas americanos que hasta me llevó a hacer la tesis y todo sobre ese tema...

Athena, los nombres indios eran bastante curiosos, y respondían a razones de lo más diverso... por ejemplo, Left Hand debía su nombre al mero hecho de ser zurdo, circunstancia bastante inhabitual entre los nativos.... todos los que incluyen el término 'bull' están relacionados con los búfalos...

Martha, tienes razón en todo con lo de los soldaditos,y no sólo eso... mi colección de libros sobre el asunto siendo aún un crío era la repera... unos jugaban al fútbol, y otros recorríamos las Grandes Praderas y dormíamos en las grandes viviendas de tierra de los mandan que tan bien pintó George Catlin, con sus redondas canoas de piel sobre el techo de las casas y todo...

http://www.geospectra.net/lewis_cl/knife_riv/cat04.jpg