martes, 11 de abril de 2017

La munición más peligrosa era la propia...










Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914, la previsión del Ejército Francés de consumo de municiones por parte de su artillería era de unos 100.000 proyectiles de todos los calibres al mes.

Sin embargo, la terrible intensidad de los combates, desconocida hasta entonces, y la aparición de cañones de tiro rápido amortiguado, como el de 75 mm francés modelo 1897 (el legendario "Soixante-Quinze"), el mejor del mundo entonces, y capaz de disparar 15 obuses por minuto sin cambiar de posición, hizo que los consumos se disparasen hasta los 900.000 proyectiles de artillería al mes, lo que dejó vacíos los arsenales y polvorines, que la industria de guerra, con su ritmo habitual de producción, no podía reponer ni satisfacer de ningún modo...

Hasta el prestigioso joyero Fabergé se vio obligado a suspender la producción de sus famosos huevos articulados destinados a la familia del Zar para producir a toda prisa en sus talleres, donde trabajaban más de 600 personas, granadas de artillería para las tropas imperiales rusas...

La salvación para los aliados de la Entente llegó de la mano de la industria automovilística francesa, y de sus dos futuros gigantes, Renault y Citroën, aún entonces incipientes productores. Frente al tradicional método de fabricación de municiones, basado en el taladrado y torneado del metal, muy lento y que requería de personal especializado, y que hacía de cada proyectil casi una obra de artesanía, los empresarios automovilísticos ofrecían sus prensas de alta presión, que producían proyectiles como churros, aunque eso si, en dos partes que debían ser unidas posteriormente. Los fabricados por Renault eran llamados por ese motivo "bi-blocs" (Foto 6) entre los soldados, y esta división en dos partes hacían de estos proyectiles un producto propenso a los fallos (hasta un 30% dejaron de explotar en los bombardeos británicos durante la batalla del Somme) y, lo que es peor, muy propicios a reventar los cañones con los que eran disparados y, de paso, matar, mutilar o malherir a los seis miembros que integraban la dotación de cada uno de estos excelentes cañones.

Las autoridades francesas y británicas (cuyas tropas también empleaban el magnífico cañón galo, como también harían posteriormente los estadounidenses y otros aliados) eran bien conscientes de que este método de producción masiva era una especie de ruleta rusa para sus propios soldados, pero no hicieron nada por evitarlo: ganar la guerra era lo más importante, a toda costa...

Así, sólo en 1915, unos 600 cañones franceses saltaron por los aires, aniquilando a sus sirvientes...

Sólo a partir de 1916, cuando se mejoraron los procedimientos metalúrgicos y se ampliaron las instalaciones para la fabricación masiva de municiones, volvió a ser seguro disparar los cañones franceses, pero, por entonces, varios miles de valientes soldados aliados habían perdido la vida de manera tan cruel ante la fría indiferencia de su alto mando...


2 comentarios:

Conde de Salisbury dijo...

Si la memoria no me falla, creo que al principio de su participación en la Segunda Guerra Mundial los norteamericanos tembién tuvieron muchos problemas con los torpedos de sus submarinos. Las autoridades navales se negaban a admitir los informes de los submarinistas en primera línea y no fue hasta bien entrado 1943 que las cosas empezaron a cambiar. Lo más hiriente era que los japoneses sí contaban con unos torpedos excelentes.

sushi de anguila dijo...

Sí, los torpedos Tipo-93 (Long Lance) y Tipo-95 fueron los mejores de la Segunda Guerra Mundial... El Mark-14 estadounidense fue un fiasco hasta bien entrado 1943 por los fallos en su espoleta... hasta que seguramente aprovecharon los torpedos japoneses capturados ese año para buscar la solución al problema...