William Gifford Palgrave fue uno de los personajes más fascinantes del siglo XIX. Nacido en Westminster, fue el segundo hijo de unos aristócratas de gran relevancia social por sus logros artísticos e intelectuales y su buena posición económica. Llevó a cabo sus estudios universitarios en el Trinity College de Oxford con brillante expediente académico en Humanidades y Ciencias Matemáticas, y tras servir como teniente en un regimiento de infantería en la India, se convirtió al catolicismo y fue ordenado sacerdote en la residencia jesuita de Madrás.
Realmente curiosos eran sus orígenes judíos, del linaje sacerdotal de Aarón, el hermano de Moisés, convenientemente enmascarados por su padre, nacido como Francis Ephraim Cohen, un reputado intelectual e historiador que entró al servicio del influyente banquero, coleccionista y botánico Dawson Turner, con cuya hija Elizabeth se casó, no sin antes convertirse a la fe anglicana, y adoptar, con permiso de la corona, el apellido de soltera de su suegra, Palgrave, dejándose también en el camino el nombre de Ephraim. Cambios que, con toda probabilidad, le exigiría su padre político para entrar a formar parte de la reconocida familia Turner. Francias Palgrave fue está considerado el fundador de los Archivos Nacionales del Reino Unido, que dirigió hasta su muerte en 1861, siendo nombrado caballero en 1832. Curiosamente, en este juego de identidades mudables, su suegra Mary Palgrave pasaría a la posteridad como una de las primeras mujeres artistas de su país, la famosa grabadora y retratista Mary Dawson Palmer. El matrimonio tuvo cuatro hijos, todos ellos destacados hombres dedicados a las letras, la economía o la política.
Volviendo a las peripecias del segundo de ellos, el joven William Gifford, tras aprender árabe en Siria durante su sobresaliente servicio como misionero, en el que fundó muchas escuelas y convirtió al catolicismo a no pocos musulmanes antes de regresar a Europa tras las masacres de los cristianos sirios en 1861 (poco antes había renunciado a la petición de los cristianos maronitas de ejercer como su instructor y líder militar aprovechando su experiencia previa en la India) a manos de los radicales drusos, de las que escapó por los pelos, mostró su disposición a introducirse en Arabia Central, entonces considerada una 'terra incognita' de la que no se sabía nada en Occidente, en labores de espía con una doble intención: informar a la Compañía de Jesús, por un lado, y también a Napoleón III, su patrocinador y aliado del Vaticano, que mostraba un gran interés por crear un imperio colonial francés en tierras ocupadas por los otomanos.
Considerado por sus contemporáneos un maestro del disfraz, el bueno de William se hizo pasar por un médico sirio (ese era el acento del árabe que había aprendido) cristiano y recorrió Arabia acompañado de un sirviente, Barakāt al-Shami (sus peripecias inspiraron, entre otras joyas literarias, 'Las cuatro plumas', cuyo autor, A.E.W. Mason también ejerció de espía en España y México). En Ryad, capital del emirato de Najd, trabó amistad con el emir, Faisal Al Saud, y con su hijo Abdallah, que no cesaba de pedirle que le suministrase estricnina, que Palgrave estaba convencido de que quería emplear para envenenar a su padre.
Al final, y tras un monumental escándalo, ya que hubo árabes que decían conocerle de su etapa como misionero en Damasco, Palgrave fue descubierto, acusado de espionaje y condenado a muerte, aunque salvó su cuello de milagro gracias a su labia y su presencia de ánimo. Después, viajó a Bahrein y Omán, antes de regresar a Inglaterra y recoger todas sus vivencias en su libro 'Personal Narrative of a Year’s Journey through Central and Eastern Arabia', publicado en 1865, un auténtico best seller de la época, en el que se cuida muy mucho de relatar las verdaderas razones de su viaje (lo de espiar en favor de Francia y el Vaticano no estaba demasiado bien visto en su país).
Una de sus últimas proezas fue conseguir la liberación del cónsul británico y de otros compatriotas retenidos como cautivos por el rey Teodoro de Abisinia, la actual Etiopía...
Tras su vuelta a casa, renunció a la fe católica y entró a trabajar como diplomático al servicio del Foreing Office, se casó con Katherine, una joven aristócrata de Norwich con la que tuvo tres hijos... Entre sus exóticos destinos como cónsul (en la Georgia turca, Bulgaria, Trebisonda, Bangkok, Montevideo, las Islas Vírgenes estadounidenses...), también estuvo Manila, cuando aún era parte de España, así que es bastante probable que fuera conocido de alguno de mis familiares que residían entonces en la perla filipina. Precisamente, durante su estancia en tierras tailandesas, cuyo clima le supuso un auténtico tormento, aprovechó un permiso para viajar hasta Japón, donde conoció y se rindió a la sugerente pureza de la religión shintoísta. El clima uruguayo, tan diferente al de su amado Oriente Medio, le pasó factura y finalmente una bronquitis mas curada le terminó llevando a la tumba a la edad de 62 años, siendo trasladado su cuerpo al cementerio de Fulham, donde hoy sigue enterrado. Como no podía ser menos en aquel hijo de judío converso con una vida espiritual tan variada y compleja, tres años antes de reunirse con su Creador, William Gifford Palgrave había recuperado su fe católica, en la que murió reconfortado.
Dos aspectos llaman mucho la atención de su famosos viaje por Arabia: el primero es que, tras constatar la fuerza y el fanatismo religioso de los wahabitas, informó a sus superiores de la Compañía de Jesús de lo infructuosa (y peligrosa) que resultaría cualquier misión católica a la zona; y el segundo, y más significativo, el desconocimiento de la inmensa mayoría de árabes sobre lo que sucedía más allá de sus fronteras, pues muchos estaban convencidos de que el islam era la única religión en el mundo y que Europa era un remoto distrito sometido al Imperio Otomano, el único gran poder político que conocían...
Actitudes y creencias que, en parte, siguen estando muy vigentes en la zona 150 años después...
Vaya no sabía de esta inspiración para el protagonista de "Las cuatro plumas". Por lo demás, su historia me recuerda muchísimo a la de un paisano mío que fue prácticamente su contemporáneo, "El Moro Vizcaíno": http://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/artikuluak/artikulua.php?id=eu&ar=83231
ResponderEliminarLos paralelismos son increibles.
Y al antecesor de ambos, Domingo Badía, el mítico Alí Bey, nuestro James Bond en el Imperio Otomano, que tuvo un final digno de Litvinenko...
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