En ‘Podría ser peor’, uno de los grandes temas del último disco de La Casa Azul ('La Gran Esfera', 2019), el tremebundo Guille Milkiway nos recuerda la existencia de un lugar mítico en la cultura occidental y, muy especialmente, la estadounidense. Un antiguo referente cuyo conocimiento y persistencia en el insconciente colectivo se va difuminando rápidamente y cada vez menos gente ubica:
“…Porque ya no nos amamos
Como amábamos entonces
Como amábamos en Shangri-La…”
Shangri-la… Lo bien que suena…
Ese mundo perdido entre las montañas tibetanas donde siempre brillaba el sol, dominado por lamas que combinaban budismo y cristianismo, y donde todo era aparente paz y felicidad. El best-seller de James Hilton publicado en 1933, coincidiendo con el ascenso de Hitler al poder en Alemania, y que fue un inesperado pelotazo de ventas en todo el mundo, siendo llevado a la pantalla grande por Frank Capra en su inolvidable filme homónimo de 1937.
La peli que nos marcó a tantas generaciones con su mensaje y su final (no haremos spoiler) al ser un clásico del Hollywood más legendario, hoy debe sonarle a chino (o a tibetano) a los más jóvenes. En la Alemania nazi, ‘Horizontes perdidos’ pasó a ser ‘Prisioneros de Shangri-La’.
Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial fue una de las claves para que el relato de Hilton fuera perdiendo importancia social: tras seis años de terribles guerras, culminados por las monstruosas explosiones nucleares en Hiroshima y Nagasaki, y la conquista del poder en China continental y el Tíbet por los comunistas, las historias de mundos felices ocultos en valles remotos sin descubrir, perdieron toda la popularidad que este género literario, que en parte mantiene en su origen una gran deuda con la historia que nos cuenta Verne en ‘20.000 leguas de viaje submarino’, y cedieron su trono en el imaginario colectivo a las historias de búsqueda en el espacio de esos nuevos mundos ideales, pacíficos y perfectos, cuasi celestiales en el comportamiento de sus habitantes, cuya referencia actual más clara es ‘Star Trek’.
Pero cuando parecía inevitable que el utópico paraíso entre gigantescas montañas terminase pasando de moda, la Guerra de Corea primero, y la de Vietnam a continuación, provocó que la historia de Hilton tuviese un inesperado retorno en los años 70, con el auge de lo zen y lo asiático, y del pacifismo, y que los dos mejores creadores canciones de la época, Hal David y Burt Bucharach, fuesen elegidos para crear un musical con un gran reparto inspirado en el clásico literario, del que tampoco hoy casi nadie se acuerda, entre otras cosas porque era un producto que apenas contaba con números o canciones populares que hayan perdurado al margen de la representación de la obra en el teatro.
Tal fue a comienzos de los años 30 el impacto en la sociedad estadounidense de la gran obra de James Hilton que hasta el mismo presidente de los EE UU, Franklin D. Roosevelt, decidió llamar Camp Shangri-la a la nueva residencia presidencial de veraneo construida en 1942 en plena Segunda Guerra Mundial y a la que Eisenhower rebautizó en 1953 como Camp David.
Eisenhower no tuvo mejor idea que llamarla así en honor a su único nieto, de igual nombre que su hijo David y que él (David Dwight Eisenhower invirtió el orden de sus nombres al ingresar en West Point). El mozo le agradecería el detalle casándose con Julie Nixon, la hija del vicepresidente de su querido abuelo, cuando ambos jóvenes apenas habían cumplido 20 años, matrimonio que ahí sigue 54 años después.
Tras muchas presiones al demócrata Kennedy para devolver a la residencia presidencial, el nombre de Shangri-la del que la privó un republicano, JFK mantuvo Camp David por respeto a su antecesor. Pero en 2002, China no dejó escapar la ocasión y rebautizó su ciudad de Zhongdiang como Shangri-la.
A día de hoy, Shangri-la vuelve a estar de moda como concepto, apareciendo en el título de varias películas que nada tienen que ver con sus simbolismo original, incluso como gancho de películas porno o eróticas, o como nombre de hoteles y de resorts asociados a lugares tranquilos y de relajante naturaleza…
‘Shangri-la’ es también el nombre con el que el archifamoso piloto de caza estadounidense de origen italiano Dominic Salvatore ‘Don’ Gentile bautizó durante la Segunda Guerra Mundial a su North American P-51 B Mustang, a lomos del cual derribó 29 aviones alemanes, dañó a tres y destruyó 6 más en el suelo, convirtiéndose en toda una celebridad nacional por ser el primer aviador yankee en batir el récord de 26 aviones abatidos en la Primera Guerra Mundial por el no menos legendario Eddie Rickembacker…
Y en esta curiosa relación entre La Casa Blanca y la música de La Casa Azul propiciada por la eterna historia de James Hilton y su adaptación a la pantalla por Frank Capra con un formidable Ronald Colman, no podríamos dejarnos fuera al grupo musical por excelencia en reivindicar tan mítico y fantástico enclave, el cuarteto -y posteriormente trío- de The Shangri-las, inicialmente formado por dos parejas de hermanas judías, las Weiss y las Ganser, que nos dejaron para la posteridad su temazo de desamor 'Leader of The Pack’(Líder de la manada), todo un clásico del pop de los 60 -con su sonido de pandillero en motocicleta incluido- recuperado por el maestro Martin Scorsesse para la banda sonora de su magistral ‘Goodfellas/Uno de los nuestros’, en otra manera diferente de relacionar cine y Shangri-La…
Por si fuera poco, resulta innegable su influencia estética, y hasta musical, en los primeros trabajos más pop de La Casa Azul en sus inicios, cerrando así el círculo de curiosas relaciones con el que comenzó este post…